QUEDA EL LIBRO
La horrible pandemia que padecemos se está llevando con ella muchas cosas que nos pertenecen. Cual enemigo solapado y ruín nos arrebata, además de la salud, un cúmulo de posesiones que forman parte de nuestra identidad y sin las cuales seríamos otros diferentes, mermados y muy por lo bajo del espíritu humano que nos representa.
Entre ellas quiero destacar hoy la pérdida de los bienes culturales, ese conjunto de conocimientos e ideas adquiridos gracias al desarrollo de las facultades intelectuales. Cada nación, cada pueblo, posee un patrimonio cultural intrínseco que le hace único e insustituible.
Se manifiesta de manera múltiple en formas y contenidos. Pero esta anemia mental en la que parecen obligarnos a vivir se ha llevado consigo las manifestaciones más destacadas tales como la Música, el Teatro, el Cine y otros muchos actos en los que encontrábamos solaz y placer. Todos ellos necesitan de una agrupación humana en las que el virus encuentra el punto exacto de contagio. Hay que evitarlas, por ello. De ahí el vacío de cines, teatros y demás espectáculos cuyo aforo es mayoritario.
Conciertos anulados, Museos cerrados o reducidos a la minima expresión presencial, Conferencias vacías y Congresos extrapolados a fechas posteriores. Cualquier tipo de acto que segregue reunión humana son exportados de nuestras vidas, obligadas de golpe a un onanismo mental y una soledad asfixiante.
Es por ello que en un tipo de realidad como esta, donde todas nuestras neuronas mentales se pliegan en solitario sin saber que camino tomar, cuando se ilumina una pequeña luz en el cerebro sufriente y en una especie de agónico esfuerzo lanza el resplandor hacia un solo objeto, hacia el que nos empuja, y exclama : “Queda el libro”.
Queda el libro como un salvavidas o una cuerda salvadora de un naufragio que nos llegó sin pensarlo, arrebatándonos lo demás.
Siempre ha estado ahí, lo sabemos. Como el más fiel de los compañeros de viaje. Regalándonos otras vidas diferentes de la nuestra. Haciéndonos preguntas y concediendo respuestas gratuitas a las cuestiones que le proponíamos, conduciéndonos por veredas fantásticas o caminos reales a pie de suelo. Mostrándonos maravillas y desgracias, sonrisas y lágrimas, perplejidad y emoción.
Cada libro es un universo indistinto y peculiar. Los hay para cada estado de ánimo, cada dia del calendario, cada esperanza o desconsuelo. Los hay alegres y festivos y tristes como un cementerio al anochecer. Hay libros que se adaptan al lector como la arcilla al barro, se impregnan de su estado anímico y parecen poseer la frase exacta con que salir del abatimiento y el desconsuelo.
Han querido abatirlo con malas artes. Pero aunque su esencia sea el papel y la tinta, ha sabido integrarse en las nuevas corrientes electrónicas. Su contenido se desliza por la mente del lector aunque este no pueda pasar la hoja que entes doblaba con pesar, creyendo estropearlo. Invencible se eleva sobre las artes culturales, mostrando su victoria. Siempre hubo algunos que le antepusieron la música, relegándolo a un segundo plano. Quizá al libro no le interese su baremo categórico, sino la explosión que concede al lector contumaz. Sabe que fue creado para conceder esplendorosos momentos de empatía, impagables instantes de plenitud.
El corona virus está siendo cruel y desalmado. Nos ha dejado huérfanos de muchos placeres culturales. Agradezcamos a los dioses que nos haya reservado el gozo de la lectura. Siempre quedará el libro.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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