Ha vuelto a la ciudad tras unos años fuera. No llega a la década. El motivo de su marcha no importa pero sí que la siente prácticamente igual. La ciudad no ha cambiado.

No existe ningún edificio significativo en ningún sentido ya sea de iniciativa municipal o particular. Mucho menos regional o nacional. No hay nada nuevo ni sorprendente. No hay ninguna mejora significativa, ni casi nada que destacar que marque la diferencia con el momento en que se marchó. Ahí se quedaron los arcos ostentoreos de otra época como señal del mal gusto pero nada necesario ha venido a  sustituirlos

Mejor así, piensa. Su casco viejo tiene ese sabor a pueblo que tanto le encantaba recorrer en especial a primera hora de la mañana en los días de fiesta cuando todo parecía dormir. Los fines de semana ajetreados con fiestas de sociedad ya le resultaban inaguantables, pero su trabajo lo exigía. Ahora no quiere volver a lo mismo y se puede permitir este paseo cuando el azahar parece explotar y la fresca brisa le despierta su piel.

Y sobre todo los coches duermen. Es lo que más le ha llamado la atención: la circulación caótica y excesiva con la que se ha encontrado. Los coches parecen haberse multiplicado o quizás es que las carreteras son las mismas y los coches más. La ciudad especialmente tranquila ahora desborda ruidos y agobios de circulación y de aparcamiento.

Al hablarlo con los amigos la explicación es la misma. Es la misma ciudad con casi ciento cincuenta habitantes y con los mismos servicios y las necesidades duplicadas.

Ha pasado por su campo de trabajo: la abogacía. Un edificio viejo, sin remodelar y masificado y el otro peor. Le ha dado lástima y rabia contemplar los juzgados nuevos ubicados en los sótanos de la carretera de circunvalación. Donde estaban ahí siguen. Eso sí con muchos más asuntos y personal apelmazado sin ventilación ni iluminación natural. Esta ciudad no se merece esto se dice. Solo hay que viajar un poco, y él ha tenido que hacerlo, para contemplar el subdesarrollo a todos los niveles en que malvive esta ciudad.  Sus compañeros, desengañados y cansados le siguen hablando de esa futura ciudad judicial que la alcaldesa no para de anunciar y ya no saben cuantas primeras piedras ha colocado. Eso sí: el número de abogados ha crecido exponencialmente demandado por una población que crece no solo en número de habitantes sino también en altercados, incidentes y sucesos nunca visto con anterioridad que necesitan unos juzgados adecuados.

Casi como todo. Le comentan los amigos que le quedan delante de un café. La edad no perdona ni el desencanto tampoco le dicen mientras comentan otros temas. La ampliación del hospital acaba de abrirse sin el personal suficientes. Los culpables dependen del color de quien los miran son variados, distintos y siempre de alguien de fuera.

No entiendo nada, pero ¿nadie hace nada? Más o menos han pasado dos elecciones municipales y todo sigue igual con la misma composición política. Podría intentarse con otra fuerza política y entonces la retahíla de justificaciones aparecen: que si todos los políticos son iguales, que esto no tiene remedio, que si al pueblo le da igual y que para qué intentar nada.

A pesar de todo él siente que ha vuelto a la ciudad para quedarse. Su clima espectacular,  las posibilidades culturales cercanas a un tiro de piedra en la capital con sus conexiones con todo el mundo la hacen única y en especial ese carácter de ciudad que te permite encontrar el ambiente donde nadie te reconoce y, al mismo tiempo volver al bar de siempre para tomar un vino con los amigos que aún quedan. Una ciudad con vocación de pueblo que no consigue.

Rafael Garcia Conde

Ex-concejal

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