Francisco Moreno -Marbellenses- Cuando el Ayuntamiento sembró un bosque. Los pinos reales de Valdeolletas

No es una noticia de actualidad, ni tampoco lo escribe un panegirista áulico que tanto proliferan ahora. Es un hecho histórico inédito para la historiografía marbellense que trata sobre la creación de un bosque de pinos reales desde el sembrado del piñón hasta que 238 años después lucen espléndidos, todo un milagro porque están muy abandonados, en uno de los lugares con mayor arraigo por tradición secular de la ciudad: el pinar de Valdeolletas, también conocido como el Pinar a secas y oficialmente Parque Vigil de Quiñones.

Ahora que se ha puesto de moda hablar de “arboricidios” y calificar a los árboles de buenos y malos, de enfermos y sanos con obsolencia programada y vida útil, de los que se van a sacrificar y los que van a sobrevivir con magnánimo perdón en un juego macabro según sople el viento, más bien la ventolera del ejecutor, que suele ser un político escudado en un informe técnico, creo que encaja bien incluir este relato de repoblación forestal borbónica desde la semilla a árboles hoy gigantes que fueron protegidos y mimados de forma concienzuda porque antes la arboleda era uno de los bienes más apreciados de cualquier ciudad. Hoy también pero a veces molestan porque  sus raíces rompen tuberías, ensucian y tienen pájaros que cantan y no es broma.

Todo comenzó en 1784. En un documento que se conserva en el Archivo Histórico Municipal hay un gasto un tanto enigmático que me puso en alerta: “Para satisfacer el valor de piñas equivalentes a producir una fanega de piñón fresco, laboración de monte y cerca del terreno que ocupe su siembra en conformidad de lo prevenido por el señor ministro de Marina en su último proveído en la visita de estos montes. Se libraron y entregué al caballero diputado don Antonio Salinas un mil reales”.

Fue una operación importante que continuó con otros 600 reales en el despalme y cercado del terreno para sembrar los piñones. Las noticias al respecto comienzan a repetirse y poco después una cita de 1785 sobre otro gasto aclara lo que se estaba haciendo: “Para continuar en la laboración, cerca y siembra en el sitio de Valdeolletas los piñones que el señor ministro de Marina al tiempo de su visita dejó decretado, entregué al caballero diputado don Antonio Salinas 3400 reales…”

Por fin tenía el sitio y los actores. El ministro de Marina era un delegado del gobierno de la época que en aquellos años en Málaga ostentaba el cargo don Gregorio Vázquez de Puga. Esta política de siembra formaba parte de un programa de repoblación silvícola porque desde el siglo XVIII los Borbones impusieron una explotación racional del medio ya que consideraban que el conocimiento de las leyes de la naturaleza les facilitaba el control y dominio sobre esta. Además de tener una utilidad para el fomento y bienestar de pueblos y ciudades.

Bosque de pinos bajo la sombra de Sierra Blanca. Foto de Enrique Vázquez.

Fue elegido el sitio de Valdeolletas (también escrito y conocido como Vallordeta, Ballordeta, y Valdolletas) que formaba parte de terrenos de propios del Ayuntamiento porque los Reyes Católicos establecieron un terreno para la cría caballar en lo que se conocía como el Prado de los Caballos. Una extensa zona entre el convento de San Francisco y el Trapiche y entre el Guadalpín y el Chorreadero o pago de la Torrecilla. Solo ha quedado el topónimo del Prado para designar al Trapiche.

Desconozco con exactitud cual fue la extensión total de este bosque de pinos reales pero aún existen magníficos ejemplares aislados fuera del actual parque Vigil de Quiñones en la urbanizaciones Huerta Belón, Mirador y Guadalpín, incluso hay uno en la glorieta de la avenida Canovas del Castillo que asombra por su porte por lo que podemos presumir que el bosque ocupó toda la extensión del Prado de los Caballos.

En 1789 el ministro de la Chancillería de Granada don Francisco Domenech tuvo que intervenir y formar unos autos por algún pleito de lindes que desconozco y decretó su conservación y acotamiento y para ello se colocaron bardos para una correcta delimitación.

En 1792 los plantones ya habían arraigado y para su vigilancia nombraron a Juan Martín como guarda con un sueldo de 200 reales que había sucedido a José Cantero que lo era desde 1789. El bosque comenzaba a ser una realidad que había que cuidar y un año después la partida de gastos comienza a estar dedicada a su mantenimiento: “Para limpiar y labrar el pinar que se está criando y es propio de esta ciudad, 500 reales al caballero diputado Antonio Salinas”. En 1797 ya se nombra como “Pinar nuevo” en datas para su limpieza.

En 1850 “El Ejido llamado el pinar de Valdeolletas con arboleda de pinos reales para aprovechamiento común” era una bella realidad, orgullo de la ciudad y lugar preferido de los ciudadanos para sus salidas campestres festivas que comenzaron por estos años ya que debía ser un bosque cuidado, limpio y espléndido en su aspecto, que más tarde se convirtió en destino de una mal nombrada romería festiva con motivo de las fiestas patronales de San Bernabé puesto que una gira era simplemente un lugar de concentración para comer y beber tal como explica Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua: “la comida o fiesta que se hace entre amigos, con regocijo y contento, juntamente con abundancia de comer y beber y mucha alegría y chacota”. El autor citaba al Padre Guadix «dice que Gira es nombre arábigo, y que vale comida opípara y abundante”.

El pinar fue lugar de diversión y esparcimiento para los marbellíes desde siempre. Fotografía de Manuel Guerrero Ramos.

Nuestros mayores rememoran triscas, jolgorios y saraos en los pinares de Guadalpín, también nombrados de Valdeolletas. La Gira se celebraba el último día de feria, generalmente por la tarde. En los programas se incluyen como una actividad más, con algunos matices y se nombra como romería. Así en el de 1952 “disparos de cohetes anunciarán la salida de la concurrida y tradicional Romería Popular Campestre a los pinares de Guadalpín amenizada por la banda de música”. “Se sorteará un magnífico regalo entre los concurrentes del bello sexo». En el año 1953 se le llamaba romería al pinar de Valdeolletas, había baile, juegos, campeonatos y muchísimos premios. En el de 1955 la subida al pinar de Guadalpín fue con vistosas carrozas engalanadas con premios a las más artísticas. Fue el año en que los del NO-DO pasaron por Marbella. En el de 1958 volvía a nombrarse «tradicional gira campestre».

Campamento del Frente de Juventudes en el parque Vigil de Quiñones.

En 1945 la Comisión Gestora del Ayuntamiento cedió el Pinar al Frente de Juventudes para establecimiento de un campamento permanente por un periodo de 20 años y que tuvo una intensa actividad como sede nacional quedando como vestigio la ermita que está siendo restaurada.

Con la conversión de la ciudad en destino turístico se desarrolló la urbanización del extrarradio y el Pinar vio peligrar su existencia por primera vez. La edificación de urbanizaciones en los terrenos de tan querido bosque comenzó a principios de los 60. El urbanismo devastador del Franquismo atacaba sin control arbóreo nuestra mejor zona verde y solo se pudo conservar lo que se había acotado para los Flechas. Posteriormente la construcción de un campo de fútbol redujo aún más su extensión y, por último, la construcción de barbacoas y la introducción de especies vegetales como los eucaliptos que rodean su perímetro y la siembra de pinos carrascos han desnaturalizado parte de lo que fue.

El Vigil de Quiñones es uno de los lugares privilegiados donde quedan ejemplares de pino real centenario.

Aún sobreviven varias docenas de pinos centenarios, en concreto con 238 años de edad. Se alzan majestuosos, reclamando su espacio pese a las agresiones. Vayan a visitarlos y alcen la mirada. Son espectaculares. Alguno sobrepasa los 40 metros de altura con un extraordinario ramaje que forma una copa que en algunos casos supera los 30 metros de diámetro. Están abandonados a su suerte, hay zonas que parecen una selva impracticable incluso en el área de la ermita en rehabilitación se ha empotrado un suelo de hormigón que supone una clara agresión para su salud ¿a quién se le habrá ocurrido semejante despropósito?

Forman parte de nuestro patrimonio histórico. Lo que queda, el parque, es un lugar histórico, calificación recogida por la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía porque conjuga diversas manifestaciones de nuestro pasado no solo como patrimonio natural sino también etnológico y por una historia añeja que debe ser conservada con la mayor de las sensibilidades posibles. Porque el parque es nuestro, es de los ciudadanos, así fue creado el bosque y así debe permanecer durante muchos siglos más.

Hay que salvaguardar esos pinos reales, también conocidos como pinos piñoneros, en latín PinusPinea. Son árboles que nadie se ha acordado de incluir en los inventarios de árboles singulares de Andalucía.Algunos están sufriendo y corren peligro de morir por la ausencia de cuidados. Hay que tratar la zona como un lugar exclusivo, con un plan específico para su conservación y cuidado. Hay que eliminar amenazas externas y abusos varios. Repensar su espacio como un lugar sagrado que merece el mayor de los respetos.

No es un parque más. No tiene flores “kleenex” esas de usar y tirar por temporada, ni es un parquecito de “mírame y no me toques”, es el resto de un bosque histórico que se creó pensando en los ciudadanos con vistas al futuro, para muchas generaciones y que ahora nos toca decidir si queremos guardar su memoria como parte de nuestro paisaje cultural.

Francisco Moreno -Marbellenses

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