No es la primera vez que escribo palabras teñidas de luto. Por cotidiano no deja de ser triste. Sucede cuando se agrede hasta exterminar nuestro patrimonio cultural. Son tantos los desgarros de nuestro acervo que dejaremos de conocernos porque nos están dejando sin identidad.
Esta vez han sido los jardines de la plaza de los Naranjos, un diseño con 60 años de antigüedad que se había convertido en ejemplo de integración en el bellísimo conjunto de la plaza incrementando su esplendor, basado en la tradición jardinística andaluza de parterres delimitados por arriates con gran variedad de flora que había creado un microclima templado y aromatizado, convertido en un agradable lugar donde estar y pasear.
Un jardín armónico y proporcionado con la arquitectura de la plaza, la más emblemática, la de los balcones corridos símbolo de poder. Un oasis único en el centro histórico, el lugar más admirado y fotografiado a lo largo de nuestra historia contemporánea.
Una plaza que desde su creación en el siglo XV ha sufrido numerosas transformaciones, las más intensas en el siglo XX con la plantación de plátanos de sombra en la década de 1910, palmeras en la de 1920 y naranjos desde los 40.
Entonces no existía el concepto de conservación de patrimonio histórico tal como se conoce y legisla en la actualidad. Se ha avanzado muchísimo en la protección más allá del monumento aislado y se salvaguardan los lugares, conjuntos y entornos. Un todo cultural a conservar en el que la vegetación y el paisaje forman parte indisoluble.
Un espacio singular que con el paso del tiempo adquirió arraigo y querencia que son los fundamentos de esa tradición que tanto necesitamos para poder identificarnos con la ciudad y quecon la pátina de la antigüedad pasa a formar parte de nuestro patrimonio histórico.
Lo que tantos años costó conservar, con tantos cuidados y mimos, ha sido arrasado en horas con maquinaria pesada, al más puro estilo Gil que tanto odiaba lo viejo pero que no se atrevió a tocar los jardines.
La escasa sensibilidad patrimonial en esta actuación en la que no se ha tenido en cuenta ninguna de las rutas habituales en este tipo de intervenciones en las que se acude a equipos multidisciplinares de expertos en arquitectura, patrimonio y paisajismo, en la que no se ha presentado, explicado y consensuado con los vecinos previamente el proyecto, es un síntoma preocupante sobre una forma de gobernar reprobable. Me da igual el futuro proyecto que se presente, el daño ya está hecho, el patrimonio cultural no se sustituye, se cuida y se mejora, se interviene con el cariño que demanda lo viejo.
Más allá de asumir responsabilidades por el error desde el ayuntamiento se insiste en defender la actuación con argumentos manidos, los mismos que utilizaba Gil cuando justificaba susdemoliciones. Si para eliminar un nido de ratas debajo de una yuca precisan de una excavadora no quiero pensar lo que se cuece dentro de la casa consistorial.
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