Francisco Moreno – Vuelta al cole – Marbellenses

DE VUELTA AL COLE

Nunca nos habíamos enfrentado a una situación parecida. Lo que siempre ha sido un regreso a la rutina con el fin de las vacaciones, en este curso se antoja anormalmente complicado, nada rutinario y muy excepcional. Desde hace semanas el asunto ocupa espacio en los medios, nadie parece contento, todo el mundo brama, nadie quiere asumir responsabilidades y se culpa a otros; los gobiernos autonómicos al central, los profesores a los gobiernos y los padres a todos.

Con este panorama la vuelta al cole, la de las emociones y las risas de los reencuentros, la de los nervios y los llantos de los más pequeños se anticipa muy distinta, un tanto sombría y muy estresante. La tensión, el malestar general, el enfado evidente es solo un anticipo de lo que viene y es imposible apreciar muestras de tranquilidad; se amenaza a los padres que no lleven a sus hijos a clase con cárcel, los maestros amenazan con huelgas y los padres amenazan con denuncias.

En estos tiempos de ratios masificadas, insuficientes maestros y espacios pensados como contenedores de niños y nunca habilitados para cumplir distancias físicas se hace precisa una llamada a la reflexión, un ruego por la moderación y la sensatez y una apuesta por el sentido común. Vivimos tiempos difíciles pero tenemos que proteger a nuestros hijos, hay que evitar transmitirles estas nefastas sensaciones en las que predomina la intolerancia con aliños de odio. Maestros, padres e hijos no son culpables de nada pero pueden convertirse en objetivo de esta querella canalla con un trasfondo ideológico y de clase brutal, todo herencia de un sistema educativo que ha mostrado su peor faceta cuando las cosas se han puesto peliagudas.

Una herencia que solo parece afectar a la escuela pública, a la que acuden las personas con menos recursos y a la que los gobiernos han ido mermando medios hasta dejarla en una situación límite. No es nuevo, en 1629 los administradores del hospital Bazán nombraban al presbítero Bernardo Bazán como maestro: “y porque toca al bien común de esta ciudad que los hijos de ella tengan estudio de gramática y no se distribuyan en oficios bajos por ser lugar marítimo y a menos costa por ser pobre teniendo intención de estudiar hallen quien de balde les enseñe la gramática, permitimos que de la hacienda del hospital se saque en todos los años 300 reales y se den al convento de la santísima Trinidad de esta ciudad para que un religioso sea obligado a enseñar gramática”.

Enseñanza de balde y por caridad que los ricos podían permitirse mandar a estudiar fuera a sus hijos como hizo Juan de Espinosa en 1573 al mandar a su hijo a Ronda “para que aprenda algo de gramática”. Enseñanza de calidad para quien pudiera pagarla como se afirmaba desde el marbellense cabildo municipal en 1834: “que en esta ciudad solo hay una escuela de primeras letras con maestro examinado y dotado con 9900 reales anuales por estos propios, el cual exige además una arreglada retribución a los padres de los jóvenes que por su facultades pueden hacerlo, enseñando gratis a los que considera pobres: que del mismo modo hay una clase de latinidad cuyo maestro goza la dotación de estos mismos propios de 1100 reales anuales y una retribución de 10 mensuales que recibe de los jóvenes que se hayan en estado de poderla dar: hay también algunas viudas pobres que están dedicadas a reunir en sus casas algunas niñas para enseñarlas la doctrina cristiana y a hacer labor de medias; por cuyo trabajo exigen a los padres de estas dos reales mensuales. El motivo de no haber escuelas puramente gratuitas lo es porque la dotación del maestro no es suficiente para sostenerlo”.

Una enseñanza pública que hace siglos no era obligatoria ni se creía imprescindible, más bien era una cuota, un gasto a cumplir en los presupuestos pero sin muchos dispendios, eran los tiempos del “pasa más hambre que un maestro de escuela”.lo justo para cubrir el expediente como sucedía en 1577 que el ayuntamiento pagaba a Juan de Segura, maestro de escuela “del salario que esta çibdad le da porque tenga escuela en ella” para once muchachos.

Cada ciudadano se buscaba la vida, incluso ya en edad adulta, como hizo el zapatero Diego de la Maestra al contratar al maestro Martín Fernández en 1552 para “enseñar al dicho Diego de la Maestra que sepa escribir una carta mensajera e leer otra a vista de personas que dello sepan, de hoy en día de la fecha de esta carta en dos meses complidos, primeros siguientes, que teniéndolo el dicho Diego de la Maestra de hacer habilidad para ello aunque el dicho Martín Fernández ponga la diligencia que es obligado, e por razón dello el dicho Diego de la Maestra le ha de dar e pagar cuatro ducados de oro”.

No he podido evitar recordar como Antonio Rodríguez Feijoó nos contaba en su “Enseñanza liberal en Marbella (1833-1936) las malas condiciones de salubridad de las escuelas de nuestra ciudad con edificios ruinosos, en lamentable estado de abandono, como afirmaba en 1822 el maestro don Manuel López: “el local que en el día formaba la escuela era notoriamente perjudicial a la salubridad pública por su reducción y poca claridad” a la vez que recordaba las desgracias sin fin que habían sufrido en la epidemia del año anterior. Se refería a la epidemia de fiebre amarilla que se extendió por los puertos de la península causando numerosas víctimas y problemas sociales como ocurrió en Málaga que reseña Narciso Díaz de Escovar en “Las epidemias de Málaga” en 1903: “El pueblo injurió y trató de matar a los médicos que declararon la enfermedad, teniendo la autoridad que repeler más de un motín”.

Y es que en tiempos de pandemias nos dedicamos más a buscar culpables que soluciones, los ánimos se exacerban, las diferencias de clase se agravan, los extremismos crecen y el egoísmo se manifiesta en toda su crudeza.

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