Está presente todos los días y a todas horas. El móvil se ha convertido en el tótem sagrado de la mayoría de los adolescentes. Es una herramienta con la que socializan, con la que se divierten, con la que conocen el mundo, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. También genera una dependencia muy similar a la de las drogas. Por eso, este periódico ha hablado con el Jaime Álvarez, director de Horizonte Proyecto Hombre de Marbella, todo un experto preocupado por el incremento de casos de adolescentes con dependencia severa al dispositivo móvil.
“Estamos recibiendo muchos casos de jóvenes cuyo ocio está dominado por pantallas, redes sociales y una presión constante por encajar en patrones de consumo e imagen. No se trata solo de móviles, se trata de un estilo de vida. Desde esta perspectiva, el teléfono móvil no es la causa sino el síntoma de un modelo social que empuja a los menores a la inmediatez, la sobreestimulación y la desconexión real con su entorno”.
El enfoque con el que Horizonte Proyecto Hombre aborda esta realidad es integrador y parte de una mirada biopsicosocial. Es decir, se entiende al menor desde tres dimensiones: la biológica (su cerebro, sus hormonas, sus sistemas de recompensa), la psicológica (creencias, valores, estrategias de afrontamiento) y la social (el entorno, los referentes, las condiciones materiales y culturales). Bajo estas lentes, se torna evidente que la adicción al móvil no es solo una cuestión de voluntad, sino un fenómeno complejo que exige una respuesta igualmente compleja.
Enfrentarse al desafío que supone la adicción al móvil pasa por implicar a los padres. “A veces somos muy injustos con los menores. Les exigimos que sean maduros, críticos, responsables… mientras nosotros, como adultos, les damos el móvil para que se callen en la mesa de un restaurante”, reflexiona Álvarez. “No somos coherentes. No les damos alternativas como llevarlos a hacer senderismo, a hacer surf en el mar, no les mostramos otros modelos de ocio. Nos quejamos desde el sofá”.
Cuando los padres no hacen lo suficiente, cuando no se proponen alternativas reales de ocio, cuando hay una escasa oferta cultural adaptada a los adolescentes, el problema de la dependencia al móvil se agrava. “Nosotros estamos tratando casos de adolescentes sin referentes, con fracasos escolares acumulados, verbal y físicamente agresivos, que normalizan el consumo de alcohol y cannabis desde edades tempranas. Cuando llegan a nosotros, muchas veces ya hay un sistema familiar roto, desgastado. No es solo el móvil o los porros, es todo junto”, explica el director de Horizonte Proyecto Hombre.
La solución a los casos graves de dependencia al móvil es compleja pero posible: “se trata de generar conciencia en padres, docentes y adultos en general. De abrir espacios para que los adolescentes puedan ser escuchados, comprendidos y acompañados sin juicios ni simplificaciones. Menos queja de sofá y más acción. Yo qué puedo hacer como padre, como amigo, como ciudadano. Porque si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer?”
En un contexto donde el discurso de alarma sobre la juventud es cada vez más frecuente, iniciativas como esta demuestran que es posible otro camino: uno basado en la empatía, la escucha y la corresponsabilidad. Una propuesta que no demoniza la tecnología, sino que la pone en su lugar, y que apuesta por mirar a los ojos, hablar con calma y resolver las diferencias con palabras.
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