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La limpieza de nuestra ciudad, por Rafael García Conde

El bote de zumo en la escalera no sabe si sube o baja. Está vacío y de pie. Alguien lo dejó ahí en la entrada al gimnasio que dice la placa que es municipal aunque gestionado por una empresa privada. Construido con dinero público y pagado, por segunda vez, con nuestras cuotas. El bote de cartón ofrece una imagen de soledad y de desprecio a la comunidad. Los deportistas pasan a su lado sin que nadie lo vea o lo quiera ver; pero seguro que nadie lo recoge, yo tampoco.

Sentado en el banco de mármol bajo los plátanos orientales contemplo una lata de coca cola, por supuesto vacía, junto al otro banco, a la espera también de uno de los múltiples basureros de esta ciudad. También está vacía la papelera de enorme boca negra que se encuentra a menos de veinte pasos.

Recuerdo a un amigo extranjero que me comentó en cierta ocasión que vivíamos en una ciudad riquísima. Ante mi cara de asombro me lo explicó. No podía entender la cantidad de personal de limpieza viaria cuando lo más fácil es no ensuciar.

No sé por qué, pero hoy me ha dado por observar el estado de limpieza de nuestras calles. Será porque, al iniciar mi paseo diario me ha sorprendido ver a un conductor, con el vehículo parado, vaciar su cenicero que yo creía de adorno en los coches, en el asfalto al borde de la acera. He tenido intención de recriminarlo pero se me ha pasado enseguida. Los recuerdos me surgen. Recuerdo el altercado que provoqué cuando le dije a alguien que se le había caído un pañuelo de papel. Caído no tirado, porque quise ser amable. La retahíla de justificaciones: de para eso pagamos, para eso pagamos basureros que es su obligación, que si yo era policía, que me metiera en mis cosas… De ahí pasó, ante mi cara de espasmo, a insultos personales que mejor no recojo en este artículo, pero que me han obligado a no sugerir nunca más a nadie cualquier protesta de un mal comportamiento cívico.

La calle que me lleva desde casa hasta el gimnasio está plagada de papeles rotos, cajas de tabaco, plástico de envoltorios y sobre todo una plaga de colillas en los alcorques. Y no, hoy no quiero transmitir mi queja sobre la política municipal de limpieza sino sobre los comportamientos ciudadanos que nos obligan a tener un presupuesto inmenso en limpieza y que cada día irá a más ante nuestra actitud. A Limpieza dedicamos en los presupuestos municipales de este año más de 23 millones de euros; eso sin contar los 22 millones dedicados a recogida de Residuos Sólidos; por contra a Cultura no llegamos a los dos millones y  las viviendas sociales se quedan en  quince mil euros.

Recuerdo cantidad de ciudades, que he tenido la suerte de conocer, donde no se ve a ningún basurero y apenas papeleras y cuyas calles brillan limpias y relucientes. Ciudades de todo signo político aunque siempre del hemisferio norte.

Al salir del portal hoy me ha dado por ser curioso como veis. He mirado los contenedores de basuras que hay al salir con cartones, botellas y cajas de maderas y por supuesto botellas alrededor. He supuesto que estarían llenos, pero para mi sorpresa ninguno lo estaba. Por lo que veo el esfuerzo de levantar las tapas es demasiado. Más trabajadores, más medios, más presupuestos, más impuestos.

Las aceras están peor. Entre los excrementos de animales “olvidados”, los rincones oscuros de meados de estos mismos y los chicles tirados en las baldosas necesitan un ejercito de sopladores, fregadores y  barrenderos para recuperar algo de su limpieza.

No sé si es mentalidad de los países del sur, ribereños o qué, pero somos esencialmente individualistas. Los turistas olvidan sus orígenes y se comportan igual o peor. Y tenemos a gala el principio que lo que es de todos es de nadie y ya vendrá alguien que lo arregle. Mientras tanto criticaremos en la barra del bar lo sucio que está todo, lo poco que hacen nuestros políticos o lo mal que lo hace nuestro vecino, y siempre olvidamos lo que no hacemos nosotros. Responsabilidad ciudadana.

Tengo claro que mientras menos ensuciemos más limpio estará todo y menos nos costará. Aunque también tengo claro que esto es predicar en el desierto.

Rafael García Conde

Ex-concejal

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