Lucía Prieto -Tinta- La memoria del almendro: Málaga, febrero de 1937

El 17 de septiembre de 1936, Edward Norton, cónsul norteamericano en Málaga, se encontró en calle Cuárteles con un espectáculo sobrecogedor: miles de personas avanzaban hacia el centro de la ciudad. Bajo una lluvia muy intensa, caminaban empapados, enfermos y ateridos. La capital de la provincia era ya en aquellos días un inmenso campo de refugiados que habían huido del territorio ocupado por los sublevados contra la República. Pero los de las sierras de Ronda y Cádiz llegaron los últimos. Norton, que en sus memorias no muestra excesiva empatía por la población refugiada, parece en esta ocasión conmovido. Y asegura que nunca olvidaría a las mujeres que cargadas con fardos apenas podían proteger a los niños que se apretaban contra sus cuerpos. En la capital no quedó más refugio para ellos que la inmensidad de la Catedral convertida, en un otoño muy frío, en sepultura de la población más vulnerable: ancianos y niños. Estos, víctimas de una epidemia de sarampión murieron a decenas. Para entonces, Málaga era un gran campo de ruinas producidas por los bombardeos. Muchas de las familias que a partir del día 17 de enero llegaron de Estepona, San Pedro y Marbella ya no tenían cabida en la capital y acamparon en las afueras hasta que las tropas del coronel Borbón las empujaron a una ciudad que el 7 de febrero ya estaba desierta. Desconcertados, los últimos refugiados se unieron a la masa humana que desde la tarde anterior se agolpaba en la salida hacia Almería, camino del infierno.

¿Cuántos eran? Es una pregunta que nunca tendrá respuestas. Al menos ningún historiador serio sostendría cifra alguna sin el matiz de la aproximación. Fueron los hispanistas, expertos en la Guerra Civil española quienes primero refirieron la magnitud de aquel desastre humanitario sufrido por civiles. Una catástrofe que superaría en mucho el número de víctimas por bombardeos sobre ciudades –incluido el de Guernica— y que fue el preludio de los grandes desplazamientos de población civil que presenció Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Gabriel Jackson estima que 100.000 personas salieron de Málaga, casi la mitad de los habitantes de la ciudad. Pero esa valoración no considera que tras la gente de la Sierras de Ronda y Cádiz llegaron refugiados de Casares, Manilva, Castellar de la Frontera, Jimena, Ubrique…Y que la población de la ciudad se había duplicado. Aunque la literatura revisionista de la Guerra Civil en Málaga identifica al episodio malagueño como Holocausto, no duda en rebajar el número de personas que se enfrentaron a la catástrofe, estimando que no más de 50.000 personas abandonaron la ciudad. Esta cifra como la anterior, tampoco tiene en cuenta a los refugiados.

Málaga fue conquistada por tropas ítalo-españolas el 8 de febrero de 1937. Pocos días antes, el cónsul americano que también era delegado de la Cruz Roja, informó de la presencia en la ciudad de entre 50.000 y 90.000 desplazados. Estos fueron los primeros en salir de refugios que se habían convertido en antesalas de la muerte. Los refugiados salieron todos. Solo quedaron quienes no podían caminar; recién nacidos que sus padres entregaron en el Hogar de la Misericordia creyendo que podrían volver a buscarlos y los niños muertos en la catedral. A Luis Bolín, antes de detener a Arthur Koestler, le dio tiempo a visitarla y encontrar el cadáver de un bebe sobre el pavimento. Era, según admite en sus memorias, el justo castigo por la profanación del templo.

El repliegue de las columnas milicianas de los últimos frentes fue acordada por las autoridades militares del sector la tarde del día 6. Pero no hubo ninguna acción política o militar que dirigiera la evacuación de civiles. La población no combatiente y los miles de refugiados fueron víctimas del caos en las últimas horas de Málaga.

En contra de las leyes de la guerra, la ciudad asediada fue abandonada primero por la cúpula militar y después por los civiles. No es posible alcanzar la magnitud cuantitativa de aquel éxodo. Los refugiados, aunque los informes del cónsul americano son los más fiables, nunca fueron registrados. El día 9, quienes menos pudieron avanzar, ancianos y personas enfermas fueron interceptados por las tropas italianas y conducidos a los hogares que dos días antes habían abandonado. Pero a la vez, a la interminable procesión de refugiados se incorporaban quienes huían de los pueblos de la Axarquía. Entre Torre del Mar y Motril civiles y militares en retirada colapsaron una estrecha carretera, amenazada por tres barcos: el Almirante Cervera, el Canarias y el Baleares, cubrían la ofensiva sobre Motril. En ese tramo de asfalto la vida de miles de personas, la mayoría mujeres y niños, quedó suspendida al borde del acantilado. La multitud bombardeada desde los tres cruceros, de tan infame memoria, solo halló refugio en el inmenso cañaveral que dio cobijo y alimento a los malagueños. Los muertos quedaron en las cunetas, desaparecieron bajo la cal arrojada por los italianos. En ningún pueblo se registraron. Los que sobrevivieron a los bombardeos y no perecieron ahogados al cruzar el río Guadalfeo, consiguieron cruzar Motril, conquistado el día 10. El frente quedó estabilizado y la columna cada vez más lenta siguió avanzando hacia el este.

Evacuados de Málaga en Valencia. Fuente: MECDArchivo General de la Administración en colaboración con el Servicio de Reproducción de Documentos de la Subdirección de los Archivos Estatales. MINISTERIO DE CULTURA. ESPAÑA

En dirección a Málaga en una furgoneta, adaptada al servicio de transfusión sanguínea en el frente, viajaba el médico Norman Bethune, el arquitecto Hazen Sise y el escritor británico, Thomas Cuthbert Worsley. Según el relato de este último, el encuentro con los refugiados fue tan sorpresivo como inesperado: un éxodo de proporciones bíblicas, protagonizado por gente de tez oscura; campesinos que caminaban en torno a una mula o un burro; milicianos derrotados que no están replegándose sino huyendo. Aquella misma noche el doctor Bethune desistió de su plan de llevar el Servicio de Transfusión de Sangre a Málaga y decidió utilizar la Renault para trasladar a Almería a los refugiados más vulnerables. Según sus órdenes solo los niños subirían a la furgoneta. El estremecedor relato del escritor británico describe la desesperación de las mujeres agolpadas junto al vehículo suplicando que sus niños, algunos muy enfermos, fueran trasladados. Alrededor de ciento cincuenta pudieron ser evacuados pero el doctor si pudo informar al gobernador civil de Almería del drama humano que se desarrollaba a cien kilómetros de la ciudad

Los Ecos de la Batalla de Thomas Cuthbert Worsley, el texto de mayor valor testimonial sobre la tragedia, fue publicado en 1939. Los relatos de Norman Bethune fueron rápidamente divulgados en la prensa europea y americana. Pero lo que trascendió al mundo como un alegato antifascista fue la publicación de The Crime on the road Málaga-Almería. Narrative with crime on the road Málaga-Almería with grafhic document revealing facist cruelts by Norman Bethune, prologado por el periodista Alardo Prats quien trabajó en 1937 en los Servicios de Prensa y Propaganda del gobierno republicano en Valencia. El relato de Bethune muy cuestionado por Worlesy se apoya en las fotografías realizadas por Size.

La narración de Bethune –en parte cuestionable— fue una eficaz propaganda frente al fascismo que amenazaba a Europa. Pero las fotografías de Size que lo ilustran conmovieron al mundo. Era el retrato de un grupo humano sobre el que se habían abatido todas las miserias de la guerra. Mayoritariamente mujeres, niños y personas mayores que acompañan a adultos jóvenes. El canadiense los retrató cuando llevaban varios días caminando. Capto el cansancio, el hambre y la desolación de quienes se habían quedado solos. Imágenes que responden a una realidad cierta, la del perfil del refugiado. No importa tanto cuántos fueron sino quienes eran: campesinos, gente trabajadora que tuvo miedo; gente procedente de zonas grises, sin responsabilidades políticas, porque los responsables políticos no hicieron aquel camino a pie.

Conocemos quienes y como eran porque en la primera ciudad que fue refugio, un maestro socialista los registro como había ordenado el gobierno de la República. En un excepcional documento conservado en el Archivo Histórico Municipal de Marbella están sus nombres, sus profesiones y la procedencia de los cuatro mil refugiados que arribaron a San Pedro y a Marbella. Su perfil es el mismo para todos los desplazados.

El historiador puede seguir su caminar hasta Málaga bajo la lluvia, hasta Almería bajo las bombas… los encontrará en los refugios del Levante republicano y en Cataluña. Y, ya sin esperanza, bajo la nieve, los adivinará cruzando la frontera francesa. Puede, también esperar su regreso y al cabo de los años preguntar ¿Qué recuerda? Alguien puede contestar quise olvidar las bombas y la guerra, recordar solo que cuando empezamos a caminar, los almendros estaban en flor.

Lucía Prieto

Profesora Titular del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Málaga

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