La década de los sesenta fue una época que ha sido llamada “prodigiosa”, como también “años locos” por algún analista menos amable. Años llenos de acontecimientos inesperados, de convulsión social generalizada, y de hechos que quedarían para siempre grabados en la mente de quienes lo vivieron.
Llegados de América, los Hippies aparecieron como brotados por generación espontánea en un continente europeo cansado de próceres ancianos que se repetían unos a otros como imágenes de un mismo álbum lleno de rostros igualados. Jóvenes con ideología cercana al anarquismo pero sin violencia, preconizando el pacifismo total, la revolución sexual y el rechazo al capitalismo imperante. Trajeron también los porros y las guirnaldas de flores con las que acostumbraban a cubrirse.
En consonancia con ellos en París, los estudiantes lidiaron su propia revolución que se conocería como el “Mayo del 68”, y en la cual universitarios airados proclamaban su descontento académico y con la época, arrancando adoquines bajo los que –decían- buscaban el mar mitificado.
Confusión general que sería dura, pero difícilmente apaciguada, y dejaría una huella de ecologismo y lucha social para los años siguientes.
En Noviembre de 1963 el mundo quedaría impactado por el asesinato de John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos y joven político que gozaba de enorme popularidad y al que una bala certera derrotó durante un paseo en coche por una Avenida de Dallas.
Sería en Julio de 1969 cuando la noticia más novedosa nos llegaría de la mano de dos astronautas norteamericanos que consiguieron poner sus pies en la luna. El 20 de julio, Armstrong pisó nuestro satélite mientras en la tierra sus habitantes conteníamos el aliento.
Se sucedieron más hechos, como el levantamiento del Muro de Berlín por parte de la Alemania del Este, desgraciada construcción que separó definitivamente a un sin número de familias.
Años agitados donde los hubiera que extendería sus ramas hasta los más pequeños confines del mundo, contagiando el espíritu nuevo de revolución social.
Nuestra ciudad permaneció ajena a los movimientos europeos, pero en ella ya notábamos una atmósfera cambiante en lo que se refería al turismo ostensible.
Fue, como si se tratase de un contrapunto, el momento de la incipiente formación de lo que se iría llamando “Jet Set”. Comenzaron a llegar figuras destacadas de la cinematografía, de las finanzas y del viejo Gotha europeo,
Quiero fijar hoy la atención sobre el gran número de actores y actrices que nos visitaron e incluso quedaron como residentes.
Desde su atalaya del Marbella Club, Alfonso de Hohenlohe dirigía la troupe que en ocasiones tomó cariz de un pequeño Hollywood. Encabezan la lista por sus muchos años de residencia posterior, hasta sus últimos momentos, la pareja formada por Deborah Keerr y Pieter Viertel cuya amistad personal con el transcurso del tiempo nos enorgullece haber disfrutado a mi marido y a servidora. Anita Eckberg, voluptuosa actriz, recién filmado el sorprendente “Amarcord”, casi escondida tras un busto superlativo y una sonrisa idem. Audrey Herpburn y Mel Ferrer, matrimonio elegante y de gran estilo que confraternarían con la sin par protagonista de “Vértigo”, Kim Novak, de exuberante belleza. Madeleine Carroll y Brigitte Bardot coincidieron en un verano verdaderamente “estrellado” cuyas luces recogerían las revistas del corazón hasta situarnos en astronómico y altísimo lugar del papel couché.
Los habitantes de Marbella viviríamos el consecuente jolgorio con tranquilidad y alguna que otra mirada de soslayo. Con paciencia infinita, y muy en el fondo con un poco de hartazgo ante el exceso de un exagerado teatro en tres dimensiones.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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