Tengo la impresión de que Enrique Grivegnée es un personaje poco conocido de la historia de Marbella. Por eso estas líneas, fruto de un pequeño trabajo de mi época universitaria van a intentar reivindicar su memoria dando a conocer su gran relación con nuestro pueblo a lo largo del siglo XIX.
A partir de la expulsión de los moriscos en 1614 las plantaciones de caña de azúcar fueron decreciendo de tal forma que a mediados del XVIII se encontraban casi extinguidas en Málaga y provincia. El azúcar que se comercializaba procedía de la Isla de Cuba. Por fortuna, coincidiendo en el tiempo aparece en la ciudad Enrique Grivegnée y House, ilustre flamenco del alto comercio marítimo de Málaga, que con visión sagaz se propuso volver a pasados esplendores agrícolas con ambiciosos proyectos de explotaciones diversas, y lo hace a través de la razón social denominada “Grivegnée y Compañía”, con corresponsalías en Londres, Roterdam, París y Marsella.
Enrique Grivegnée se casó en Málaga el 26 de marzo de 1768 con Antonia de Gallego y Delgado, hija de de Vicente de Gallego, natural de Baeza, y de Francisca Delgado Guerra, nacida en Marbella. Antonia de Gallego heredó de su familia posesiones en la ciudad, campos en las que Grivegnée comenzaría su dedicación agrícola, y a las que con posterioridad añadiría otras, como la finca cuya escritura registra la fecha de 29 de enero de 1800, otorgada ante el escribano de Marbella D. Miguel Antonio de Aguado. La finca contaba con un edificio en ruina debido al abandono ya descrito de la industria azucarera. El Ayuntamiento concedió a Grivegnée los privilegios de pastos y uso de aguas, así como el levantamiento del ingenio y la autorización para cortar las maderas de pinos, alcornoques y quejigos que necesitasen para las obras y el alimento de las calderas. El ingenio del Trapiche funcionó durante años con gran eficacia y significó la vuelta a la caña de azúcar que había sido un cultivo típico de la zona. Laboralmente dio trabajo a gran número de marbelleros en una época en la que, tras la ocupación francesa y los gastos originados por la defensa, las arcas estaban muy mermadas. Curioso resulta además el gran número de posesiones que sólo en la jurisdicción de Marbella llegaron a pertenecer a Grivegnée, además del Ingenio: Los cortijos del Rodeo, el Grande y el de Las Bóveda, el del Chopo y el de La Alacena. Los Llanos de Nagüeles, y la Haza de tierra de los Arquillos. Dos casas en la plazuela del Santo Cristo, dos casitas en la calle Bermeja, y su casa principal situada también en la Plaza del Santo Cristo. Igualmente llegó a tener fincas en Churriana , Torremolinos y Vélez-Málaga.
Con la citada ocupación de las tropas napoleónicas, a la que se unió la desafortunada actuación de apoderados y representantes, la familia Grivegné no sólo perdió su extensa fortuna sino que se vio envuelta en un largo proceso jurídico por la demanda de acreedores.
Poco antes de morir describió de su puño y letra con gran resignación su situación, al decir “que no nos quedan más que los amigos para subsistir”.
El caso de la familia Grivegnée no es extraño a lo largo del siglo XIX español y malagueño. Personajes de gran enjundia y amplia visión para negocios de envergadura que llegaron a lo más alto y cambiaron, incluso el mapa geográfico y comercial de Málaga y su provincia con innovadoras ideas, pero que, al parecer no supieron rodearse de la gente adecuada para su conservación.
Quede la figura de Enrique Grivegnée como símbolo de modernidad en la atávica España del momento. Y la de sus gestores, incluida, según parece, parte de la familia, como triste modelo de lo que mucho más tarde sería, por desgracia, moneda corriente: la holgazanería y la corruptela.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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