Ha pasado justo un año desde que el Presidente del Gobierno proclamara el Estado de Alerta. Trescientos sesenta y cinco días de una vida diferente, inesperada y llena de connotaciones físicas, situaciones extremas y agotamiento psicológico. Nos introdujeron en una época nueva, donde las sensaciones eran a estrenar y sin experiencias ningunas anteriores.
El fenómeno acuñado como “fatiga pandémica” afecta en mayor o menos medida a toda la población. Las consecuencias se constatan en la calle y en los espacios privados. Crece, por ejemplo el número de personas que dejan de informarse sobre la pandemia y aumentan los incumplimientos de las normas sanitarias. Una de las paradojas de este tiempo consiste en dejar de ver al coronavirus como una amenaza real a pesar de que los contagios iban en aumento. Otra clave es la comunicación. La manera en la que se trasladan los mensajes es importante para evitar la fatiga pandémica.
Existe a veces una falta de consistencia de los mensajes que se emiten desde las administraciones. Los políticos deberían comunicar con firmeza y sin caer en contradicciones ya que si el ciudadano no considera imprescindibles las restricciones estarán más reacios a cumplirlas. La gente a veces no sabe bien lo que debe hacer o lo que no, y al no presentarle un horizonte concreto les genera frustración.
Esta misma fatiga pandémica produce otras emociones. La melancolía, la nostalgia, se encuentran en todas las capas de la sociedad. Nunca antes se ha echado tanto de menos. Se echa de menos a las personas queridas, se echa de menos experiencias agradables vividas con anterioridad, un concierto o una obra de teatro, mientras se siente los efectos de una vida narcotizada en la que todos los días son iguales. A pesar de que desde el principio se ha intentado hacer ver que la pandemia y las restricciones son algo temporal, llega un momento en el que parece que el fin no llega nunca y que cualquier solución que se plantee acaba frustrada.
Por otra parte recibimos cantidades ingentes de información, y ocurre que no podemos procesarla, no llegamos a ordenarla y eso provoca un desbarajuste en nuestro cerebro. Aunque sea de manera subliminal esos pensamientos desordenados ocupan la mente y acaban cansando, causando hastío. A esto se suma que durante los doce meses el coronavirus se ha convertido en el tema predominante y no hay reunión o coloquio en el que no salga como tema insistente.
Los sicólogos tienen un papel destacado en el tema de la fatiga pandémica. En amplios sectores de la población aparecen problemas relacionados con la ansiedad, las fobias, el miedo o la depresión. La OMS las califica de reacciones normales ante la situación que estamos viviendo, pero indica que no por ellos han de dejarse de abordar.
En conclusión, son muchos los factores que nos conducen, desgraciadamente, a la fatiga pandémica, y escasas las tablas de salvación para alejarse de ella. Tal vez sea solo la voluntad personal la que pueda realizar el milagro de hacernos salir de un pozo hondo y oscuro en el cual por muy difícil que parezca, la esperanza se puede ver muy al final de un túnel umbrío.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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