Marbella opta en estos días a la capitalidad europea del turismo. Tiene muchas posibilidades de conseguirla. Está muy preparada. A sus virtudes naturales y paisajísticas se le une todo lo que ha ido acumulando desde que comenzó su meteórica carrera hacia el exterior.
Nuestro turismo fue desde un principio muy especial. Nos llegó, para empezar, la élite europea, el llamado Gotha y sus aliados, formando una comunidad de privilegiados que encendieron nuestra antorcha social. Marbella sonó con una música especial y fueron apagándose las luces de enclaves anteriores. La fuimos diseñando para el placer.
Como si hubiésemos tomado lecciones de aprendizaje, fuimos buscando todo lo necesario para rodearla de encanto y glamour: puerto deportivo con solera, clubes de golf al por mayor, boutiques, urbanizaciones elegantísimas, beach privados… en fin, todo lo que hace falta para que el afortunado visitante turístico se encuentre, no como en su casa, sino mucho mejor que en ella.
Crecía y crecía la Marbella del papel couché y repleta de paparazzis, solo que… ¡ay! había un envés en esa moneda del rey Midas, un rincón oscuro y casi oculto. Faltaban algunos detalles de infraestructura, el saneamiento, para empezar no se remodeló, los centros de salud eran escasos y permanecían como hacía cincuenta años, no había escuelas e institutos suficientes y escaseaban los centros deportivos.
La ciudad cotidiana, la del diario vivir del nativo y los llegados sin pedigrí, languidecía en su rutina con escasos cambios destacables.
Tal vez no hemos sido auténticamente conscientes pero hemos construido una ciudad para los otros.
Para los que han llegado a bombo y platillo con sus insignias bordadas en el bolsillo delantero. Para los que iban soltando billetes como si fuesen monedas de céntimos.
Para todos aquellos de los que esperábamos una vida diaria económicamente mejor.
Y así ha sido en parte. Elaboramos una ciudad para el placer de los que iban viniendo.
Construimos un pueblo de agradecidos anfitriones. Nos esforzamos en trabajar bien, ser amables y en todo momento sonrientes.
Quizás no evaluamos que en este proceso y con nuestras escritas carencias, nosotros éramos en realidad actores secundarios.
Pero no significa eso que la población autóctona se haya sentido explotada por el fenómeno llamado Turismo, como alguno, suspicaz, puede sustraer de lo escrito. La realidad es otra bien distinta: nos hemos sentido elegidos, escogidos voluntariamente entre otros muchos lugares y territorios afines. A la cabeza del ranking europeo de los años cincuenta en adelante, me atrevería a decir que pocas ciudades europeas costeras pudieron competir con el fenómeno que significó Marbella.
Además creo que muchos estarán conmigo en que esta ciudad que creamos la hicimos con enorme cariño, en correspondencia al que de los recién llegados recibíamos.
Con el tiempo pasado y demasiadas canas acumuladas, lo cierto es que nuestra ciudad no será (por imposible) el paraíso terrenal, pero sí uno de los lugares más bellos para el disfrute personal.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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