Un grupo de mujer en las calles de Madrid durante las elecciones generales de 1933. Fotografía publicada en el diario gráfico AHORA, 21 de noviembre de 1933. Biblioteca Nacional de España

En varios países de la nueva Europa que emergió de la Primera Guerra Mundial, el voto femenino se aprobó durante la contienda o inmediatamente después, entre 1918 y 1919. En España no fue hasta la promulgación del Estatuto Municipal, bajo la dictadura de Primo de Rivera, cuando se contempló la posibilidad del voto a las mujeres cabeza de familia. Pero la igualdad política solo fue una realidad con la proclamación de la Segunda República –14 de abril de 1931—. El alcance de la ciudadanía fue para las mujeres un camino tortuoso que comenzó cuando el Gobierno Provisional, en un decreto de 8 de mayo de 1931, declaró elegibles como diputados a las mujeres mayores de edad y a los sacerdotes. La aprobación del sufragio femenino activo estuvo precedida de un debate tan agrio como enconado, en un Parlamento en el que solo se sentaban dos mujeres, ambas juristas pero enfrentadas. Clara Campoamor, representante de la derecha republicana, defendió el voto femenino que la radical socialista, Victoria Kent, más que rechazar, entendía debía ser aplazado. La malagueña presuponía que las mujeres españolas expuestas a la influencia ideológica de la Iglesia votarían mayoritariamente a la derecha católica. El temor era compartido por republicanos de izquierda, radicales-socialistas y algunos socialistas. Pero los argumentos en contra del voto femenino provenían también del campo de la ciencia. El doctor Novoa Santos expuso sus conocidas teorías sobre la incapacidad intelectual de las mujeres para negarles el voto en función de la imposibilidad de ejercerlo desde un criterio reflexivo y crítico. El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragio femenino y de que Victoria Kent se opusiera, provocó que los parlamentarios se burlaran de las diputadas. El mismo Azaña de forma irónica se preguntaba que si las dos únicas mujeres que había en la Cámara no se ponían de acuerdo… qué podría ocurrir cuando fueran cincuenta.

La aprobación del sufragio femenino en el otoño de 1931 posibilitó que las mujeres españolas votaran por primera vez en 1933 –el 23 de abril en las elecciones parciales municipales y el 19 de noviembre en la generales—. La movilización de las derechas por el voto femenino no tenía precedentes aunque la red del asociacionismo católico se venía reimpulsando recurrentemente ante cualquier avance secularizador. Marbella no sería una excepción. Una vez convocadas elecciones generales en el otoño de 1933, la movilización femenina en esta ciudad fue paradigmática del comportamiento político de la derecha católica, representada en Marbella por el partido de Acción Popular. Este, creado en marzo de 1932, bajo la presidencia de Alfredo Palma Morito, en su primera directiva, representativa de la burguesía local, aparecía ya una mujer, Teresa Fernández. Acción Popular creó en mayo de 1932 una sección femenina, dirigida por María de los Ángeles Rodríguez de Rivera de la que formaron parte también Elisa Pérez y Rosario Soto, integrantes de la directiva del partido.

El partido que en España canalizaba la posición de los sectores conservadores católicos basó su campaña electoral en la defensa de la religión y de los valores familiares. Tanto la Ley de Divorcio, como la del Matrimonio Civil eran una ofensa a la institución familiar sacralizada por el matrimonio canónigo. Y a las mujeres correspondía la defensa del sacramento y la protección de sus hijos del laicismo. El voto femenino movilizado a partir de este discurso que atañía al ámbito privado, doméstico y familiar era vital para el desenvolvimiento del programa conservador que llamaba a la paralización de la reforma agraria republicana. Y que perseguía la destrucción de la legislación social que en el mundo rural había modificado las relaciones laborales regulando la jornada, las condiciones de trabajo y los salarios.

Hoja de propaganda electoral de la Unión Agraria de Derechas repartida en Marbella para las elecciones de 1933. Archivo Histórico Municipal de Marbella

Frente a la invisibilidad de las mujeres en las formaciones socialistas y anarquistas, mucho más potentes en el municipio que las conservadoras, la militancia femenina católica participó activamente en la campaña electoral. La prensa recoge la presencia de treinta y dos mujeres en un acto electoral en el que intervino, la presidenta de la sección femenina de AP y el directivo del partido, el abogado José Zuzuarregui.

 El resultado de aquellas elecciones es conocido: a nivel general la derecha ganó y los republicanos responsabilizaron al voto femenino de la derrota. En la provincia de Málaga y en la comarca, los resultados electorales de Marbella fueron una excepción. La zona donde la coalición de derechas obtuvo mayor porcentaje de votos es la que corresponde en la actualidad al casco histórico de la ciudad. Era una sección de carácter burgués, donde de forma significativa residía el mayor número de mujeres con instrucción (65,48%) que eran también las de nivel social más alto. Globalmente la candidatura socialista se alza con el triunfo en el municipio. En San Pedro Alcántara su victoria –más del 80% de los votos— refleja la potencialidad del socialismo agrario y la vitalidad en la Colonia de la Federación Nacional de los Trabajadores de la Tierra.

La derrota de la República en la consulta electoral de 1933 se debió en mayor parte al abstencionismo anarquista y al sistema electoral que al voto de las mujeres. Ello no impidió el ostracismo al que su propio partido condenó a la jurista que consiguió el voto para las españolas ni el veto que le impuso Manuel Azaña. Un calvario que la sufragista relató en Mi pecado mortal. Más allá del voto, su legado fue la Ley de Divorcio que consagró la igualdad jurídica de ambos conyugues; La Ley de Matrimonio Civil y la prohibición de que constara en el Registro Civil la ilegalidad de los hijos. De la reacción que derivó del resultado electoral, Clara Campoamor no fue culpable.

Lucía Prieto

Profesora Titular del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Málaga

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