La abstención electoral es un fenómeno generalizado y el nivel alcanzado en el municipio de Marbella –51%— en las últimas elecciones autonómicas no es excepcional. Su incidencia, mayor que en Andalucía y que en las municipales de 2019, invita a un análisis que la interprete en sus núcleos poblacionales, en sus calles, sus urbanizaciones y sus barriadas.

En el mapa que representa con manchas de color marrón el fenómeno abstencionista, estas caen como el barro de la calima sobre un fondo azul. Y oscurecen de este a oeste las secciones que en las elecciones municipales pintaban de color rojo. Son en su mayoría barrios populares de renta baja –entre 6.000 € y 8.000 €— en los que, de forma también generalizada, los ingresos proceden del salario.

En el casco urbano de Marbella son abstencionistas –menos del 40% de participación— los barrios levantados durante el desarrollismo en lo que entonces era la periferia de la ciudad. Son Divina Pastora Vieja, Plaza de Toros, Santa Marta, El Pilar, la barriada del Sagrado Corazón –incrustada como un pariente pobre entre bloques de mayor nivel— y Albarizas uno de los espacios más vulnerables de la ciudad.

El patrón de comportamiento electoral de los barrios pobres de Marbella se repite en el centro urbano de Nueva Andalucía donde no se alcanzan rentas superiores a 8.000 € –una sección no llega a 7.000 €— y en el núcleo urbano de San Pedro.

En todas las secciones abstencionistas del municipio la renta es baja; el Partido Popular (PP), con un apoyo del 35% al 40%, gana las elecciones; la izquierda mantiene alrededor del 35% del apoyo electoral; los partidos a la izquierda del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Ciudadanos (CS) desaparecen y Vox obtiene aproximadamente el 10% de los votos. Estos barrios tienen un denominador común: fueron rojos y han dejado de serlo.

La participación aumenta, si bien levemente, a medida que sube la renta. Cuando se superan los 9.000 €, el PP gana con más holgura y la distancia con el PSOE es mayor. Solo en zonas de renta alta se reduce la abstención. Los ricos han votado más, pero solo al PP que absorbe las simpatías de CS y a Vox.

El descenso de los votos del PSOE y de Por Andalucía y Adelante Andalucía se ha producido en todas las secciones, no solo en las de renta baja. Sin embargo, estos espacios son reductos en los que la visibilidad de la izquierda permiten cuestionar el hegemónico apoyo de los electores a la derecha y mantener, si bien con la máxima cautela, que sigue existiendo un voto de clase y que la renta a la hora del voto es determinante. Esa cautela es imprescindible porque el axioma barrio pobre-victoria roja presenta en Marbella alguna excepción. Existen varios barrios de nivel bajo donde gana con holgura el PP y sube la extrema derecha: Vox llega en Leganitos al 19% y al sur de las Albarizas (25%) al mismo nivel que las zonas residenciales de Guadalmina o Los Monteros.

Pero ha sido en San Pedro donde el PP se ha impuesto con mayor apoyo en zonas de renta baja. Son barrios de alta densidad, poblados por gente trabajadora, una isla que pintaba blanca y roja en las municipales de 2019 y que hoy es totalmente azulada. El PP ha crecido en todas aquellas secciones en las que Opción Sampedreña (OSP) ganó las anteriores elecciones con más del 30% de los votos; en otras en las que sus votos fueron compartidos con el PSOE y en secciones de renta alta donde Rafael Piña obtuvo entre el 15% y el 20% del apoyo. En San Pedro el voto de las rentas bajas no solo se quedó en casa como en el resto del municipio sino que se derechizó.

La abstención ha sido en el municipio un fenómeno agudo y generalizado pero no debe vincularse exclusivamente a la apatía. La no participación puede ser una opción consciente y antisistémica e incluso una forma de protesta; puede ser expresión de una absoluta desconfianza en la clase política o manifestación de una profunda decepción, desengaño o insatisfacción. Razones hay.

La agudeza de la abstención en los barrios populares de alta densidad de población y por tanto mayor número de electores ha convertido el triunfo electoral de la derecha en una victoria pírrica. Sería aventurado asegurar que la situación se repetirá en las próximas municipales. No es descartable que los electores de izquierda sigan castigando con su inhibición a partidos que en lugar de utilizar la experiencia política de sus líderes para sistematizar la oposición al partido gobernante los dejen marchar a organismos supramunicipales o a trabajar exclusivamente para sus siglas en cuanto pierden las elecciones.

La composición política de la corporación demuestra, aun sin tener en cuenta la abstención de 2019, que el apoyo a los populares fue entonces mayoritario pero no hegemónico, algo que si se mantiene la abstención se volverá a repetir en 2023.

El liderazgo de Ángeles Muñoz se cuestiona entre sus propios votante. Paradójicamente la mayor parte de las protestas contra el ejecutivo han sido protagonizadas por los vecinos de barrios intensamente azules,  muy incomodados por los abusos que el Ayuntamiento tolera a la actividad turística; por la deficiente planificación de obras que han sacrificado gratuitamente al vecindario y han reducido aparcamientos; por la gestión caótica del tráfico y por la tala indiscriminada que ha convertido sus sombreadas calles en secarrales. La hostilidad es mucho mayor entre los colectivos ambientalistas, defensores de los árboles, del uso público de las playas o del Patrimonio Histórico; de colectivos ciudadanos preocupados por la falta de infraestructuras educativas y críticos con el nombramiento abusivo de asesores sin formación técnica.

 En Marbella existe un malestar y un descontento que justifica y explica la abstención. Lo que no existe es oposición política. Es la ausencia de oposición lo que determina la fortaleza del ejecutivo municipal no el apoyo –mayoritario que no absoluto— de una población incapaz de transformar el descontento en acción. Y sin acción colectiva no habrá cambio. No habrá cambio porque los conservadores saben que la protesta en los barrios ricos esta atomizada y es coyuntural. La alcaldesa no concita el entusiasmo fanático de Jesús Gil –algo que es más merito que demérito— pero tampoco la ciudadanía se ha movilizado en los últimos quince años como hizo contra el gilismo. Entonces si hubo movilización, la más importante fue la de los empleados municipales. Gil a cambio de un convenio leonino garantizó una paz social cuyos réditos disfruta el partido gobernante. El colectivo laboral que ha convertido los derechos de los trabajadores en privilegios garantiza los votos al partido que hace del clientelismo –frente a la formación académica o profesional— la única forma de promoción laboral.

Pero si Gil acabó con la rebeldía laboral de los trabajadores municipales y consiguió corromper a su máxima adversaria, el PP ha vencido a su enemigo interior más peligroso. No es este el rojo de Marbella sino el independentista de San Pedro.

La causa histórica de un San Pedro Alcántara independiente ha periclitado y la autonomista también. Esta última opción puede recuperar en las municipales los votos prestados al PP, pero seguirán siendo votos conservadores –su representación en aquella población es un transfuguismo continuado— que garantiza la estabilidad política del municipio a favor de la derecha.

El travestismo político provoca en general una aversión y una desconfianza que nuestros vecinos de poniente no manifiestan. Por el contrario, los votos blancos de San Pedro han premiado la gestión de un partido que ha combatido cualquier aspiración de soberanía municipal. Y esa es la mayor victoria política de Ángeles Muñoz: haber atraído una causa que históricamente ha sido apoyada por la izquierda local a los valores conservadores. Esos valores se pelean en la batalla cultural que procura en San Pedro la mayor invisibilidad de proyectos –que como el museo de la Colonia— alojen contenido identitario.

Jesús Gil, como todos los populistas, aseguraba que en Marbella no existían las clases sociales, ni la izquierda, ni la derecha, tan solo la categoría de «marbelleros» en la que incluía a los sampedreños. En la construcción de esta categoría es fundamental la sacralización de la política que uniformiza en rituales propios del nacionalcatolicismo a la ciudadanía de ambas orillas de Rio Verde. Esa categoría construida en el gilismo es impostada en un municipio internacional, interracial, plurinacional, multireligioso y cosmopolita. Y en el que existen profundas desigualdades de renta y de servicios.

Para combatir la abstención la izquierda debe recuperar su espacio histórico en los barrios más desfavorecidos trabajando sobre los colectivos excluidos y ajenos a las categorías construidas por la derecha y por la ultraderecha. Entre ellas, las políticas que amenazan la secularización de la sociedad. Combatir el despotismo de poderes que gobiernan en solitario depende de la confluencia, al menos táctica, de los actores y formaciones que comparten si no las siglas, los valores. En Marbella la oposición surge de la aversión al abuso y no ha tenido más protagonistas que el de asociaciones cívicas, ecologistas y formaciones sin representación municipal, ni otro escenario que la calle. A quienes aun tienen esa representación y el respaldo de los votantes les corresponde la obligación moral de convertir la protesta en acción política y, como mínimo, denunciar el abuso.

Lucía Prieto

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