En estos tiempos donde la globalización es algo inherente a nuestra civilización uno percibe con cierta preocupación algunas noticias que nos llegan del otro lado del charco. Me refiero a lo que está sucediendo en Estados Unidos con el aborto o con la censura de libros entre otros temas. Esperas, quizás inocentemente, que el progreso social sea siempre una línea que no pare de ascender, pero la realidad, que es algo impertinente, nos enseña lo contrario; las conquistas sociales hay que defenderlas cada día, aunque parezcan derechos consolidados y pilares de nuestra sociedad.

En Estados Unidos el derecho a abortar no es una ley federal. Está legalizado por un precedente del Tribunal Supremo de los años 70, el mismo tribunal que va a revertir su propia doctrina y que puede provocar que al menos 23 Estados con mayorías conservadoras lo restrinjan o lo prohíban. Una regresión en los derechos de las mujeres y su libertad personal, que afectará en mayor medida a las mujeres pobres como ocurría en España antes de que fuera legal. Así, las españolas con recursos que querían abortar tan solo tenían que darse una escapada a Londres para hacerlo posible. Son derechos individuales, si no te gustan o estás en contra de ellos —lo cual es completamente legítimo— no los ejercites, pero deja en paz a las mujeres que quieren practicarlo, no creo que lo hagan por deporte.

Cuando se aprobó la ley del divorcio en 1981 el PP votó en contra pese a que años más tarde algunos de los diputados que votaron en contra se divorciaron con normalidad y sin remordimientos, como Cascos que se divorció dos veces. Lo mismo con el matrimonio homosexual que además de votar en contra lo recurrieron al Constitucional como la ley del divorcio, asistiendo Rajoy más tarde con su plana mayor a la boda del diputado Javier Maroto. Algo habitual en el PP en las cuestiones morales: ponerse de perfil oponiéndose a estas leyes en la oposición y asumiéndolas en el gobierno. Sin embargo, Gallardón pretendió contentar al electorado más conservador restringiendo el derecho al aborto con una ley que nunca vio la luz y que fue su tumba política.

Hay que observar con atención lo que está ocurriendo en EE.UU. porque en nuestro país empiezan a haber ciertas analogías. Ya tenemos gobernando a la ultraderecha en una comunidad autónoma y conocemos sus ideas y discursos, incluso negando el género tachándolo de ideología. Al igual que la no renovación del Consejo del Poder Judicial no es un asunto baladí. En Estados Unidos ha sido determinante durante el mandato de Trump la renovación del Tribunal Supremo con una mayoría conservadora, para que asistamos a la ilegalización del aborto y de otros derechos que seguramente vengan detrás. Por algo la serie de ‘El cuento de la criada’ nos hace sentir tan incómodos, aunque sea una distopía sabemos que la realidad puede superar a la ficción. Por cierto, la novela homónima, de Margaret Atwood, es uno de los libros de la lista de obras censuradas en Estados Unidos.

Esta es otra de las noticias que nos llega de EE.UU. y que muestra la regresión cultural y moral que vive el país con una campaña de censura de libros en escuelas y bibliotecas escolares y también públicas: en 2021 el informe del PEN y la Asociación Americana de Bibliotecas cifraba en 1500 los libros cuestionados o marginados. Un nuevo macartismo el que se cierne sobre los Estados Unidos donde títulos como Matar a un ruiseñor, de Harper Lee; Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain; Maus de Art Spiegelman sobre el holocausto y premiada con el Pulitzer; Harry Potter de J.K. Rowling por hablar de magia o El guardián sobre el centeno de Salinger se encuentran entre los libros censurados. Una amenaza a la libertad de expresión que desde luego no fomenta el pensamiento crítico tan importante para una democracia sana. Como dice el presidente de la Biblioteca Pública de Nueva York, Tony Marx: “El conocimiento es poder; la ignorancia es peligrosa, engendra odio y división…”.

Que el pensamiento neoliberal esté intentando cambiar el tipo de marco a través de sus think tanks (laboratorio de ideas) no es discutible como nos cuenta Lakkof en su libro No pienses en un elefante. Un tema en el que llevan ocupados es en cambiar la percepción que tenemos de la fiscalidad de los estados cuestionando su propia existencia, algo que forma parte ya del debate de la ultraderecha y que podemos percibir en las redes cuando cada vez más personas se cuestionan los impuestos y compruebas que estos think tanks están logrando sus objetivos de manipular la opinión pública cambiando ese marco conceptual ante la falta de un verdadero pensamiento crítico en la ciudadanía y de contrafuertes ante estas campañas. Podemos cuestionar, y es lícito, si nuestros impuestos son gestionados de forma eficaz y que estos no se despilfarren, pero no su propia existencia. Los impuestos son la base de nuestras democracias y estados de bienestar con los que garantizamos unos bienes y servicios públicos para el disfrute de todos.

Este mundo en regresión puede invitar al desánimo. A mí me produce una cierta desazón no tanto por mí sino por mis hijos y las generaciones venideras. Las expectativas de calidad de vida para ellos son peores que las nuestras cuando nacimos. Deberíamos educarles su capacidad de resiliencia como la tuvieron nuestros padres y, sobre todo, abuelos que se enfrentaron a dos guerras mundiales, una guerra civil, la postguerra y una dictadura de 40 años con una actitud increíble. Se suele decir que la historia es cíclica y que se repite continuamente. Si tuviéramos la perspectiva temporal suficiente, la historia de la humanidad de forma gráfica sería más bien una especie de espiral que vista desde arriba no ofrece cambios aparentes pero que si la pudiéramos visualizar de forma alzada sería una espiral que poco a poco va elevándose, eso sí repitiendo procesos y tiempos de esplendor alternándose con tiempos oscuros, siempre dependiendo de dónde te toque nacer.

Estamos en un tiempo incierto, de retroceso de valores y derechos, pero estas son las cartas con las que nos ha tocado jugar. Necesitamos más que nunca una ciudadanía crítica a la que no se manipule fácilmente, más democracia y una política a la altura de las circunstancias capaz de contener esta ola; de amortiguar ese movimiento pendular de la historia que viene con fuerza.

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