La calle del Trapiche es la calle del infierno. Cambia de nombre cuando cambia su esencia. Así la llamábamos en la feria por el ruido ensordecedor, ahora es por el calor infernal. Antes la vivíamos en la alegría y las ansias de nuestros hijos, ahora la sufrimos e intentamos dejarla de lado buscando alguna alternativa. Sin “cacharritos” para los niños en estos días de feria, pero con jardineras enormes de árboles enanos que nos miran temblorosos, mientras sueñan con la tierra que les de vida.

Las plantas de vida corta a su alrededor son un collar colorido de sed insaciable. Pequeños trofeos al derroche y a lo bonito que tanto se usa en esta ciudad. Debe haber cientos.

La calle es el infierno con un calor abrasador que amenaza aumentar ahora que se inicia el verano. Infierno desierto porque no hay sombra que buscar, ni peatones que suben o bajan por el Arroyo de la Represa como única alternativa.

Las losetas grises exhalan un vaho caliente que ahoga a los pocos y atrevidos caminantes que se atreven a estas horas, cuando el sol implacable pica como si un enjambre de avispas se disparasen buscando a sus víctimas.

Ahora los ciudadanos se acuerdan de aquellos árboles que conformaban un túnel verde y fresco que merecía la pena pasear y disfrutar. Algunos, pocos, nos acordamos con rabia de la asesina de sombra que suponemos descansará en la plaza de los Naranjos. No era ni es amante de la luz ni cirujana de ramas muertas lo que le condujo a arrasar los árboles de la calle Trapiche como antes arrasó otras calles. No merece la pena argumentar en contra de los tópicos de arboleda enferma, dañina o sucia que algunos se creyeron.

Tampoco era caminante de la ciudad, ni ascendía esa cuesta infinita desde el centro al barrio que ahora es casi imposible. Hasta los autobuses tosen asmáticos cuando la suben.

Ni enamorada de los gorriones perdidos, no sé bien por dónde, ni amante de disfrutar de la fresca brisa lo que motivaba a aquella asesina de sombras.

Ella no disfrutaba bajo los árboles sentada en los bancos de las aceras (algunos quedan no sé para qué, quizás para hacerse los vecinos una barbacoa) para descansar del temible sol del verano tras subir la empinada cuesta o simplemente para cotillear los vecinos del barrio. No sé por dónde paseará sonriente y ufana la asesina de sombras.

Lo cierto es que a ella no le importaba talar la larga vida, pero lo que nadie entiende es que a los vecinos del barrio de Pilar-Miraflores tampoco les importó. Aún recuerdo la manifestación que se celebró en protesta por la tala donde había más colectivos que personas (unos treinta llegué a contar). Algunos vecinos miraban desde los balcones y otros repetían la canción que les llegaba desde El Ayuntamiento. Ellos que ahora sufren, más que nadie, esta calle infernal, que callaron cuando no aplaudieron la tala y que añoran en voz baja lo que perdieron. Ahora se apelotonan en los escasos bancos que reciben las sombras de los bloques de viviendas

La asesina de sombra es una moderna y perfecta vendedora de humo. Los magnolios plantados en lugar de aquellos plátanos orientales, mimosas, jacarandas… de larga vida, necesitarán décadas para dar sombra, si la dan; pero quedan muy bonitos, muy modernos, aunque apenas hayan crecido en estos meses y ofrezcan un aspecto demacrado en las aceras.

Si no se le respaldase, aplaudiese y votase la asesina de sombra no se habría convertido en asesina múltiple.

Rafael García Conde.

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