En el poema “Aquileida” de la mitología griega, se lee que Tetis, madre de Aquiles, para transformarlo en inmortal lo introdujo en el río Estigia, pero al hacerlo lo tomó en sus manos por el talón derecho, y debido a eso, esa parte anatómica de Aquiles, el talón que quedó fuera del agua, si lo herían en él, perdía su invulnerabilidad. Un pequeño fallo materno que le produjo serios problemas durante la guerra de Troya. Un desliz que quedaría inmortalizado por la historia.

 Suele decirse que todos los humanos tenemos el nuestro. Muy posible. Nadie es perfecto. Lo malo de ello es cuando ese talón se transforma en algo más que un apéndice del aparato locomotor y nos hace esclavos de su patología transformándonos en inútiles mortales.

Escribo estas divagaciones a manera de introito para retomar un tema de absoluta actualidad dado la fecha en que estamos. Con el verano en ciernes y nosotros, con estos pelos, quiero decir, con estas playas. Un problema esencial que no ha existido siempre. Un problema del que somos en gran parte culpables y que ahora no sabemos como solucionar de manera eficaz. Nuestro talón de Aquiles.

Le hemos robado tanto al mar desde el descubrimiento del turismo, que en cuanto asoma un temporal climatológico, nuestro trozo de Mediterráneo se crece y apoyado en él, se traga nuestras playas. Las escasas que dejamos cuando se acabó de construir el paseo marítimo y todos los edificios circundantes. Creímos que éramos dueños de la naturaleza marítima porque convivíamos junto a ella, disfrutándola y quisimos sacarle más partido de la cuenta. Vil metal, dinero transformado en pisos, apartamentos, calles y paseo de mármol. Una ciudad del litoral que presume de marinera y casi no tiene playas. La contradicción hecha carne y lo que es más paradójico aún, que a pesar de ello, siguen viniendo a Marbella.

Todos estamos de acuerdo en que esta situación es impresentable, pero así sigue año tras año, arreglándolo en verano con arenas de otros lugares que nos deben costar un riñón. Más que los esperados espigones, que como el tren litoral son reclamos de ministros y mandatarios cercanos cuando aterrizan por estos lares. Especialmente en tiempos próximos a las elecciones. Hay quien se pregunta por qué los quitaron, si tan necesarios son. Razón no les falta. Pero los que lleguen han de ser distintos, situados de forma diferente y formando una plataforma que impida el arrastre de arena sin acumular suciedades. Ingenieros habrá en Fomento que conozcan el emplazamiento y el material necesarios. Lo que no hay es voluntad de realizarlo.

La situación clama al cielo por mucha foto que veamos de autoridades rodeadas de máquinas con las que poner los parches correspondientes a este próximo verano. Pan de ahora y hambre para mañana. Las máquinas no pueden detener los temporales. Pueden únicamente ocultar las vergüenzas.

En relación con los llamados barcos “quitanatas”, la historia se repite. Pueden contratar toda una flota, pero ello no suplirá lo que hasta el momento ninguno de los gobiernos municipales ha sido capaz de acometer: el saneamiento integral.

Se nos llena la boca –a los mandatarios más- hablando de la “marca Marbella”, sin advertir que en determinados casos mejor es el silencio que la vanidad fatua y gratuita, porque en el fondo lo que terminamos por hacer es tentar a la suerte con quienes nos visitan y son tan generosos que, por lo visto, perdonan estos descalabros.

Marbella no se merece estas playas. Ni más parches. Ni operaciones provisionales que se derrumban con las primeras lluvias. Luchemos por el buen nombre que creemos tener.

Ana María Mata
Historiadora y Novelista

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