Me gustaría saber quien y de que lugar ha salido este vocablo que en los últimos tiempos nos obligan a utilizar. Desconozco, igualmente la capacidad de nuestra subida, dado la ínfima afición al alpinismo que solemos profesar. En sentido etimológico significaría descender lo ascendido, y que se sepa, no hemos llegado a elevarnos hacia ninguna altitud.
A pesar de todo, por simbolismo o metáfora, hemos llegado a entender lo que nos quieren decir con la “desescalada” ese trozo de tiempo en el que se abren prohibiciones, espacios cerrados y normas que estuvimos obligados a cumplir en tiempos anteriores.
Lo malo del vocablo en cuestión es que puede ser entendido de formas muy distintas a la hora de ponerlo en práctica, desde quienes lo realizan de manera razonable, con esmerada lentitud hasta el que se arroja sobre él con agresividad por temor a la involución.
El coronavirus está en el centro de toda esta historia de subidas y bajadas. El organismo vivo y maléfico que apareció un día como un terrorista en nuestros cuerpos, sigue inmerso en ellos con mayor o menos incidencia. Por suerte hay momentos en los que desciende su virulencia a fuer de cuidados medicinales, y entonces aparece la desescalada en lontananza como un arco iris de esperanza. Todos queremos volver a lo que éramos antes del miedo y esa necesidad empuja a veces a hacerlo de forma dislocada.
Cuidado con la desescalada veloz. Atención a los riesgos que significan salir corriendo para llegar primeros a la libertad. Lo hemos probado en anteriores ocasiones y nos salió el tiro por la culata. Demasiada fogosidad en salir a reunirnos sin espacios intermedios.
Excesivo interés por celebraciones familiares y amistosas con gran cuantía de gente. Fiestas innecesarias compensando el confinamiento anterior Todo excesivo, como si no hubiese habido un antes y habrá un después. Todo a lo grande con la suntuosidad del español cuando se desboca.
La economía anda detrás de todo ello y apremia a una movilidad que deshaga el nudo gordiano del cierre de locales, restaurantes, bares y comercios en cuyo cierre están inmersos desde un tiempo larguísimo. Comprensible necesidad de quienes se ven al borde de la ruina. Difícil solución que nunca todos entienden.
La desescalada es un arma de doble filo que ponen en nuestras manos con gran temor y la esperanza de que no desatemos nuestras energías adormecidas durante el encierre.
Por desgracia y de manera general, el español posee escaso espíritu disciplinado y también es individualista antes que gregario. Odia las normas concebidas como advertencias para ser cumplidas por todos, y cada uno cree que posee el medio de conseguirlo a su manera.
Desescalar es un verbo un tanto absurdo pero muy importante en el momento actual para alcanzar con precaución y detenimiento una normalidad que solo está en nuestras manos.
Conservemos el espíritu familiar hasta el momento en el que los abrazos sean reales y efectivos. Guardemos la amistad en cofre de oro para poder ejercitarla sin miedos. Dejemos las celebraciones para momentos futuros en el que serán bienvenidas. Olvidemos el afán equivocado de “escalar”, porque arriba solo hay desolación y más tristeza. Seamos prudentes y todo volverá a donde solía.
Ana María Mata
Historiadora y Novelista
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