Nuestro lenguaje posee dos vocablos cuyo contenido están íntimamente unidos, de tal manera que la existencia de uno implica la del otro, y son Vida y Movimiento. El concepto de vida y el de inmovilidad son absolutamente antagónicos, lo cual presupone en la primera, por tanto, el de evolución y cambio continuo. Ya lo dijo Heráclito, el pobre, que a pesar de decir otras cosas de gran relevancia, quedaría para siempre, como “El griego que dijo lo del río”, pues fue su famosa premisa de que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río” lo que llegaría hasta hoy como metáfora de los cambios continuos que todo lo que vive experimenta.

El mundo gira sin cesar y las civilizaciones desaparecen con mayor o menor rastro tras de sí .Los historiadores, por ello, en su afán de un mejor estudio de los cambios que en la humanidad se han  ido sucediendo, de la evolución, en fin de la historia, han clasificado a ésta en bloques o edades, para poder situarse dentro de la misma con una cierta orientación. Es por eso que estamos acostumbrados a las clásicas divisiones de: Pre-historia, Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea.

La oscuridad del primer estadio irrumpe solo aliviada por la aparente necesidad que el hombre  -ya fuese el Austrolopitecus, Cro-Magnon, Neardenthal, Erectus o Sapiens- parece que tuvo de expresar de algún modo sus temores y hasta la misma realidad, en forma de elementos pictóricos en el interior de las cuevas donde por propia supervivencia debían habitar. Su forma de vida solo puede ser imaginada, y grandes enigmas en forma pétrea, como las figuras de la Isla de Pascua o los menhires circulares de Stonehenge en Inglaterra han quedado como interrogantes de la causa que los llevó a levantarlos en dichos lugares.

Con la aparición de la agricultura, llega el Neolítico, y a continuación las primeras civilizaciones reconocidas a orillas del Tigris y el Éufrates, que cuentan ya con signos gráficos realizados en arcilla o piedra. Comienza la Edad Antigua, pues, en Mesopotamia, con  los Asirios y Babilónicos, las construcciones de los “zigurats” o primeras torres escalonadas buscando el cielo, y por desgracia las luchas ya  entre ellos a la par que esculpían bellísimos bajorrelieves antropomórficos.  Egipto, Grecia y Roma constituyen el colofón glorioso de la llamada E. Antigua que será luego un referente perpetuo para las épocas siguientes.

La caída del Imperio Romano traerá además de los mal llamados bárbaros, la llegada de la E. Media, el Medievo largo y difícil que con sus regímenes teocráticos, las Cruzadas y el enorme peso de la Iglesia Romana, darán lugar a un largo periodo de gozos y sombras en los que el hombre evoluciona mentalmente en lo artístico hasta llegar al inicio de lo que sería después el Renacimiento, y dice adiós a la pléyade de dioses romanos para unificarlos en la figura tantas veces recreada del Pantocrátor.

Europa es un inmenso territorio sin fronteras reales aún que pelea en forma desigual por la creación de las mismas, y coloca a Dios como testigo de cuanto signifique guerra, imperio y poderíos feudales. El descubrimiento de América , error de itinerario en la búsqueda de las Indias, acontecimiento sin par para una Iberia absolutista, da el pistoletazo a la Edad Moderna, coincidente con la caída del Imperio Bizantino, y el invento por Guttemberg de la imprenta.  El ser humano ha ido cambiando hasta ser capaz de pensar en una manera de dejar huella alejada de la piedra, el papiro y su fanático afán guerrero. La imprenta revoluciona el planeta a través de unos signos impresos en papel en los que todo queda para siempre inmortalizado. No tendrán acceso a ella más que los privilegiados monjes  y escribanos, inmersos en los señoríos feudales, que, sin embargo, nos harán llegar las míseras condiciones de los llamados siervos, en grandes volúmenes con aparatosos y a veces, bellísimos dibujos en sus laterales.

Esas condiciones serviles e inhumanas serán las que tiempo más tarde traerán los primeros gritos revolucionarios de hombres y mujeres que bajo el lema de Igualdad y Fraternidad inaugurarán la Edad Contemporánea con el enorme cambio que significó la Revolución Francesa.

Hasta aquí, en 1789, las edades clásicas que los historiadores proclaman. Estamos pues, todavía en esa E. Contemporánea a la espera de un acontecimiento singular que a los estudiosos posteriores les sirva de guía y denomine un nuevo periodo.

¿Cabe la posibilidad de que sea llamada Edad Atómica? ;¿tal vez, en el mismo sentido, Edad Nuclear? Es posible y hasta lógico que así sea. Lo cierto es que quizás no nos hayamos parado a pensar en que , estemos viviendo el fin de una era y el comienzo de otra. La inmediatez de los medios informativos  y el exceso de ello, produce la impresión  (desde la comodidad de nuestro sofá casero) de estar viendo series documentales de las muchas a las que Norteamérica nos tiene acostumbrados. Pero debemos ser conscientes de que asistimos a un cambio quizás irreversible de una civilización hoy desmembrada, pero cuyo futuro nadie puede asegurar. Los dictadores parecen tener sus días contados, pero no podemos ser tan ilusos de creer en la instauración de democracias allí donde llevan siglos de poderes tribales, colonizaciones, y fanatismo por doquier. Sin líderes con carisma ni conocimiento de las reglas constitucionales. Solo Alá para la mayoría, desierto, petróleo y envidias generalizadas.

No sé ustedes, pero yo estoy inmersa en una gran confusión ante las posturas de nuestros hipócritas jefes occidentales. ¿Por qué ayer estos sátrapas eran amigos a los que sonreíamos y festejábamos sus extravagancias mientras nos surtían de petróleo y les vendíamos armas? ¿O si mañana Siria, Jordania, Yemen, Marruecos y Arabia Saudí toman el mismo camino? ¿Acaso tienen una solución que no lleve a la terrible actualidad de Irak e Irán?

Desde Biden hasta el sonriente Pedro Sánchez hubiesen preferido que todo siguiese como estaba por el bien de sus  intereses. Estamos en la Edad Atómica ya,  pero mejor será que hagamos como si nada. Aceptar que realmente donde estamos inmersos es en la Edad de la Hipocresía.

Ana María Mata
Historiadora y Novelista

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