Tiene 87 años pero mantiene su memoria casi intacta. Me cuenta todo el proceso de la idea, compra, traída e instalación de la escalera mecánica de la Galería San Cristóbal. Fue testigo directo y es mi padre, Julio Moreno Sánchez.

Todo surgió porque el arquitecto Vicente Benlloch de la Roda que estaba diseñando la tercera fase del hotel y la galería comercial, comentó que había visto una escalera mecánica en un establecimiento en Ginebra (Suiza) que le parecía conveniente para el diseño y acceso al hotel. En aquellos años no se estilaban aún y de las pocas que existían había unas en los almacenes Félix Sáenzde Málaga que estuvieron viendo Don Cristóbal Parra y mi padre con la intención de comprarla pero resultó que no encajaba con lo que se había diseñado.

Como última opción don Cristóbal quiso ver con sus propios ojos esa maravilla suiza y junto con mi padre volaron hasta Ginebra exclusivamente para visitar la galería comercial que ya no recuerda su nombre y decidir que ese era el modelo adecuado que se encargó a la empresa MACOIN de la que no dispongo de más datos.

Iba a ser la primera escalera mecánica de la ciudad y su llegada fue un acontecimiento. La avenida Ramón y Cajal fue cortada totalmente para que el camión y la grúa que debía descargarla pudieran trabajar con holgura. El constructor del edificio, Felipe Diez de Oñate, cuidaba hasta el más mínimo detalle. Esa escalera formaba parte de la entrada triunfal de Marbella en la industria turística con la tecnología punta como emblema.

Su inauguración, la del hotel remodelado y la galería, fue en junio de 1970 y  contó con la presencia de las autoridades más destacadas de aquellos años con el Ministro de Información y Turismo Alfredo Sánchez Bella a la cabeza.

Su utilidad, la de la escalera, trascendió al mero transporte para convertirse en atracción y era incesante el ir y venir de los más pequeños pero también de los mayores. Para los primeros ya no solo consistía en ascender al primer piso sino que la aventura comenzaba cuando la bajabas en marcha o te sentabas en una de las cintas apoyabrazos. Los incidentes llegaron a tal punto que tuvieron que contratar a José Palacios como vigilante, que serio e impertérrito acabó en poco tiempo con tantos desmanes.

La escalera continuó funcionando año tras año ya anticuada y fundida en el paisaje del centro de la ciudad. En ocasiones renqueaba y su sonido y pequeños movimientos rememoraba a esos motores antiguos y cansados. Sus averías eran cada vez más frecuentes y sufrió alguna importante en su maquinaria, pero aún así ha resistido estos 52 años. Era una máquina vieja, que en su momento fue un símbolo y ahora era un rescoldo del pasado. No tiene más valor que el sentimental y anecdótico.

Cristóbal Parra hijo, premiado este año con todo merecimiento por el Centro de Iniciativas Turísticas por su labor empresarial, ha emprendido una importante remodelación del inmueble en la que la escalera no tiene sitio. Quedémonos con su recuerdo y con tantas historias que se puedan contar porque lo importante en este caso es que una escalera mecánica haya podido alcanzar tanta notoriedad.

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