El viernes 14 de agosto por la noche mi cuerpo comenzó a derrumbarse. A la mañana siguiente me levante muy cansada pero como cada día comencé mis trabajos diarios sin lograr llevarlo acabo, a media mañana ya tenía 38 y medio de fiebre. De inmediato, comencé a tomar antitérmicos los cuales sólo consiguieron frenar un poco el alza de la temperatura.

A lo largo del domingo fui a peor, quise que mi hijo me llevara al Hospital Costa del Sol, a lo que se negó rotundamente. Ante mi estado mi hijo llamo al 061 donde le dijeron que me diera otra medicación, la cuál me ayudó a controlar un poco la fiebre y los dolores. El lunes por la mañana ya con problemas para respirar llamé a salud responde. El martes 18 a media mañana mi doctora de cabecera me llamó por teléfono y me dijo que era necesario que me fuera a la urgencia del hospital porque tenían que hacerme unas placas del pecho, que ella iba a mandar un informe por ordenador. Por lo que mi doctora me decía yo en ningún momento entendí que tenía que entrar en el hospital, para otra cosa, que no fuera hacerme las pruebas.

En la urgencia del hospital no me dejaron entrar sin un informe de la urgencia ambulatoria. Con el requisito exigido volvimos al hospital donde entre sin acompañante. A los pocos minutos de estar en la sala de espera me avisaron para que me dirigiera a una de las consulta, de esa consulta me pasaron a otra donde me comunicaron las pruebas que se me iba a realiza. Tres horas más tarde me hicieron pasar a la misma consulta y con la misma doctora que me atendió antes de comenzar las pruebas. Cuando estuve sentada la facultativa  comenzó a hablar diciéndome.

-Dolores se tiene que quedar ingresada.

-Perdone, yo no puedo quedarme- le dije desconcertada.

La doctora ante mi reacción me dijo con voz suave y creo que con toda la paciencia que su experiencia en esos casos le había hecho acumular.

-No se preocupe, aquí la vamos a cuidar muy bien.

-Es que yo soy muy difícil y no puedo tomar ni comer nada que no haya hecho yo, puedo comprar los medicamentos y hacer el tratamiento en casa- dije a continuación nerviosa.

La doctora me miraba paciente y con suavidad me dijo:

-Dolores no la podemos dejar de ir porque la medicación que hay que ponerle tiene que ser intravenosa, tenemos que tener mucho cuidado porque el problema que usted trae en el pulmón es como suele actuar el covíd19.

Esas palabras cubrieron mi cuerpo como una nueva vestidura, haciéndome reacciona interiormente me dije: “Sin tontería, Dolores. Hacía delante con lo que haya que hacer”.

De inmediato me sentí rodeada del personal sanitario que me prepararon y me trasladaron a la sala de observación, en el rectángulo que me habían asignado comenzó el protocolo a seguir. Cada una de las personas que entraba en el rectángulo rodeado de cortinas azul claro, reforzaban sus indumentarias con batas amarillas y pantalla para las cabezas: uno me tomaba la temperatura, otro me medía la tensión, otro me colgaba el suero y me inyectaba los medicamentos por la vía. Ante el despliegue de personas a mí alrededor comencé a sentirme protegida y fui conciente de que tenía que colaborar al cien por cien, y lo que no sabía hacer, por que nunca tuve necesidad de hacerlo, tendría que aprenderlo.

Avanzada la mañana siguiente me visitó un doctor, el cual me informó de mi estado de salud; tenía una neumonía que me afectaba al pulmón izquierdo, con derrame pleural. Tendría que pasar a planta para seguir allí el tratamiento correspondiente. Poco después una chica bonita con un gorro de vivos colores, se situó alegre al lado de la cama, diciéndome. “Le traigo una buena noticia. ¡La prueba del covíd19 es negativa!” Yo no pude articular palabra, rompí a llorar ante todos los que me rodeaban. Cuando pude les dije que mi llanto no era solo por saber que yo no tenía el dichoso virus, sino por el descanso interior que sentía por saber que mi madre seguía protegida y todos los que en mi vida me rodeaban.

De inmediato comenzó la nueva etapa. El personal que me rodeaba, solicito, comenzaron a preguntarme que qué me apetecía comer, yo les dije que no podía comer nada que no se hubiera cocinado en mi casa, que la comida me la tenía que llevar mi hijo, que solo necesitaba agua fría y una botella de tisana que tenía en la bolsa que había a los pies de mi cama. Ante mi negativa, los auxiliares me fueron ofreciendo varios tipos de comidas, las cuales por sus olores y aspectos hubieran tentado a cualquiera que llevara, como yo, 24 horas sin comer.

Pasaron varios minutos de mi negativa a comer nada de lo que me ofrecían, cuando se acercó a mi cama el doctor que me visitó para darme el diagnostico de mi enfermedad, y me dijo. “Dolores me dicen que se ha negado a comer”. Yo le contesté que no podía comer nada que estuviera guisado por otras personas por que me exponía, con mis problemas digestivos, a que me diera un reflejo tusístico. El hombre me miró algo sorprendido y sin mediar otras palabras me dijo. “Dolores que su hijo le traiga la comida”.

Al llegar a planta, me recibieron cuatro personas que después de que el camillero pusiera la cama en su posición me rodearon amablemente. En esos momentos volví de nuevo a sentirme protegida y arropada por la amabilidad y profesionalidad del personal sanitario.

El 25 de agoto, una semana más tarde de mi ingreso me dieron el alta. Al traspasar la puerta de la habitación, en el trozo de pasillo que me separaba del control, fui cruzándome con muchas de las personas que en esos día estuvieron atendiéndome, a las cuales le fui dando las gracias; en las cara y expresiones de esas personas seguí sintiendo esa amabilidad que a los pacientes que como a mi tienen que atender, nos dan ese bienestar interior tan importante. A cada paso que daba alejándome de ellos, de dentro de mi fue surgiendo, aparte de agradecimiento, un gran orgullo de pertenecer a nuestra sociedad. Esta sociedad la cuál acumula tantos y tantos defectos, pero también tremendamente humana y eficaz, en la cual somos  capaces de crear y preparar profesionales tan eficientes y humanos, a los profesionales de nuestro sistema sanitarios tenemos que cuidar y proteger, igual que ellos, cuando nos hace falta nos protegen. Es una labor de todos los ciudadanos exigir a nuestros gobernantes que nuestro sistema de salud tenga los medios suficientes, para que la atención sanitaria siga siendo gratuita para cada una de las personas de este vapuleado país; por que en ello nos va nuestro buen vivir y sobre todo, el buen morir de cada uno de nosotros.

D. Navarro.

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