Apresuradamente este año. Sin darnos tiempo para disfrutar de esa primavera que cada año perdemos un poco más. Las estaciones intermedias se nos diluyen a causa del cambio climático que no acabamos de comprender técnicamente, pero sí en la práctica.

Se instala el sol con todo su poderío y corremos a desempolvar el ropaje veraniego. Con placer, para qué negarlo, desnudarse es siempre más agradable que atiborrarse de trapos, cualquiera que sea el motivo para hacerlo…y aquí, en Marbella, abrigos y mantas son una auténtica pesadez, algo que nos molesta por lo inacostumbrado.

Llega para la ciudad el momento de la verdad, tras la antesala o prólogo de la Semana Santa. Esperamos mucho del verano, pero debemos darnos cuenta que también el verano espera mucho de la ciudad. Es importante recordar que al elegirnos como lugar, los que llegan lo hacen desechando otros que también les ofrecían promesas placenteras.

No olvidarnos de que el nombre de Marbella para quien lo escoge tiene resonancias especiales en el contexto turístico. Que no es lo mismo pensar en Marbella que en cualquier otra ciudad costera española. A nosotros nos piden más, y tienen razones para ello.

No es chauvinismo barato, ¡líbreme Dios de ello! Es puro pragmatismo. Ladran, luego cabalgamos, es decir, si somos la comidilla de la nación en televisiones y medios, si hasta para el robo hemos sido pioneros, si nos eligió la aristocracia mundial para plantar posaderas y quien llega aquí no se va por mucho que lo echen, es por que algo debemos tener que nos hace exclusivos, distintos y preferentes.

Vayamos a las cosas buenas. La temperatura es un don de Dios, como el encuadre geográfico y sus bellos rincones. Todo lo demás depende de la propia ciudad y de quienes la constituimos, mandatarios y habitantes. Depende de los que mandan, por ejemplo, las playas, punto primero de posibles conflictos. Tal vez al día de hoy no sea posible remediar esas instalaciones de chiringuitos casi entre la espuma del mar…ni ampliar la arena que perdemos con los temporales. Había que haberlo hecho antes, cuando se diseñó un paseo marítimo que arrancó parte de las playas ( La Fontanilla o San Ramón) dejándonos una tenue sombra para la hamaca imprescindible.

El agua debía ser transparente, y puesto que hay piedras en la entrada, al menos que se vean con nitidez, sin que las oculten plásticos, compresas, y artilugios semejantes. Antes la ensuciaban los espigones, o eso decían, y los quitaron. Ahora tenemos un tremendo rebalaje por falta de arena y objetos innecesarios y feísimos.

De alguien dependerá, imagino, el transporte público. Esa estación de Portillo, casi tercermundista, horarios incumplidos, falta de autobuses urbanos…un carril bici que al parecer no merecemos, convierten el tráfico en paranoia total.

Llegan imaginando a la ciudad soñada como un paraíso impecable de limpieza, cosa que a veces se cumple y a veces no, con la pena de que lo sucio llama la atención más que lo impoluto, y hacia esto último hay que tender. Temen nuestros precios porque alguna vez nos excedimos, y hay que demostrarles la gran variedad de ofertas, de bares y restaurantes asequibles y especialmente bien servidos, con algo que es impagable pero nunca se olvida, la amabilidad hacia el visitante.

Cierto que ofrecemos una alta gama de espectáculos, quizás la mejor del verano español, la de más categoría, cosa que seguramente conocen. Démosle también pequeños actos lúdicos para bolsillos menos afortunados, actos infantiles y deportivos que se amalgamen con el bastante amplio de los culturales.

El verano es nuestra reválida turística, el examen de estado que cada año hemos de pasar e intentar el “Cum Laude”. El prestigio siempre es susceptible de un descenso, y eso es lo que hay que evitar. Imaginemos a un amante al que deseamos retener, y que detrás de la esquina siempre le espera otra/otro posiblemente mejor.

Ana María Mata
Historiadora y Novelista

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