Francisco Romero -Educación Financiera- Tapering, Aristóteles, suicidio juvenil

“¡¿Y qué cxxx es el tapering?!” que diría Pujol, también conocido como especialista y doble del Maestro Yoda en la escenas peligrosas de Star Wars, o por cameos de postín en Desafío Total, en el papel de Kuato, repulsivo líder mutante de la resistencia marciana.

Empezamos bien, sí.

El tapering no es más que la retirada progresiva de la droga dura que la FED (Banco Central de EEUU) ha estado inyectándole por vía intravenosa a la economía norteamericana, y gracias a la globalización y al patrón dólar, al resto de la economía mundial, tras la crisis generada por la irrupción de la pandemia.

Imagine un adicto a la heroína al que progresivamente le van reduciendo su dosis. Imagine el síndrome de abstinencia de un alcohólico. Desengancharse debe ser algo muy duro, a la vista del tremendo esfuerzo y desagradables consecuencias físicas iniciales que acarrea a quienes toman la decisión de “limpiarse”, de cambiar de vida. Pero creo que todos convenimos en que se trata de la decisión adecuada.

Sin embargo, hasta el anuncio de ayer 3/11 por parte de la FED de su intención de reducir las compras de deuda por un importe de 15 mil millones de dólares (menos) cada mes, parecía que el fin del mundo coincidiría exactamente con ese anuncio; o al menos supondría el principio del fin. Hasta ahora la FED compraba bonos por un importe mensual de 120 mil millones de dólares. La idea es que este “chute” extraordinario de dinero al sistema acabe a este ritmo de reducción (tapering) en junio de 2022, y que se inicie una suave y progresiva subida de tipos de referencia a partir de finales del 22, o comienzos del 23.

Pero NO hemos colapsado. No sabemos qué ocurrirá mañana, porque nadie, absolutamente NADIE, sabe qué va a hacer el mercado. Desde luego hoy no se han abierto los abismos para tragarnos en una inmensa bocanada de lava y fuego. Incluso parece que el volcán de la Palma está empezando a dar signos de mayor atenuación, así sea.

Sin embargo, al calor de que el peor de los mundos posibles se materialice ante nuestro ojos, proliferan trompeteros jinetes del Apocalipsis zombi, profetas del gran apagón universal y sembradores de pánico de toda índole. Y es que el miedo vende, exacerba nuestro más profundo instinto de supervivencia y nos mueve a la acción mucho más que cualquier otro incentivo positivo. Esto lo saben los gurús actuales de la comunicación: tanto grandes grupos mediáticos como nuevos mesías de la contra programación ideológica. El miedo contra unos y el miedo contra otros.

In medio virtus, la virtud está en el punto medio, podríamos pensar. Esta idea de buscar la mesura se atribuye a Aristóteles, aunque habría que ajustar  bastantes cuestiones, como el hecho de que nos saltamos la “coletilla”, la matización del Estagirita respecto del “topos” (lugar) en que se encuentre este punto medio. En efecto, solemos entender que el equilibrio, lo virtuoso, lo deseable, es la mesura entendida como un “ni blanco, ni negro”, “ni para ti, ni para mí”, en definitiva, como  mediocridad. Pero la idea original recogida en la “Ética a Nicómaco” nos informa de que la virtud es “una condición media […] entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto”. Es decir, que la virtud está en el medio, cuando los extremos son odiosos. La valentía es una virtud que no tiene nada que ver con la mediocridad, pero para reconocerla en el sentido que comentamos  hay que entenderla como el término medio entre la temeridad, vicio por exceso, y la cobardía, vicio por defecto.

Creo que es oportuno recordar estas cuestiones para tomar perspectiva de la realidad que nos dibujan (¿interesadamente?) tanto los medios de comunicación intervenidos ideológicamente por sus respectivos financiadores, como por los nuevos contraprogramadores del miedo al sistema que florecen en las redes sociales. Creo que existen estructuralmente incentivos perversos tanto para unos como para otros.

Y esto hay que decirlo. Porque tanto la postura de la aceptación acrítica del oficialismo, como el gregarismo groupie arrodillado ante los nuevos mesías del apocalipsis distópico, generan un statu quo donde quien pierde es la libertad de conciencia del ciudadano. La elección no debería ser pastilla azul o pastilla roja, la elección es poder ser uno mismo quien hace la pregunta.

Azuzar la dialéctica de la lucha, del pánico al otro, del desprecio a la posibilidad de cambiar de opinión tras escuchar al otro y profundizar honestamente en los argumentos de cada parte, es un suicidio colectivo. No podemos definirnos de modo exclusivo por la diferencia, la exclusión y la sospecha.

Cada dos horas y media se suicida una persona en España, de entre 15 y 29 años, según datos del INE. Como causas, la depresión, la ansiedad y el estrés, fuertemente relacionadas con el uso excesivo de las redes sociales y la pandemia mundial. La característica estructural que nos está trayendo esta lucha mediática entre opresores y oprimidos que se rebelan, es la falta de diálogo. La entrega fanática a una ideología u otro que implica de modo necesario la negación de la validez de las ideas opuestas.

Es esta necesidad de pertenencia a un grupo fuerte y la correlativa negación del contrario lo que, como sociedad, nos puede llevar al suicidio. Sin duda la polarización encumbra a los líderes reconocibles de ambos bandos, pero en la medida que dificulta la libertad de pensar por uno mismo, hasta defender la libertad ante un paternalismo centralizador excesivo puede llegar a provocar justo lo contrario.

Todo el mundo tiene algo valioso de lo que los demás podemos aprender, todo el mundo merece ser escuchado (siempre que haya hecho un esforzado y honesto trabajo previo por conocer el objeto de opinión).

Ver publicaciones anteriores de Francisco Romero. Asesor Financiero en Caser A.V. Asociado EFPA 30478

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